se non è vero

domingo, 27 de septiembre de 2009

Descubriendo el Arte

Hoy voy a descubriros algunos de los secretos de esta fabulosa obra de arte titulada Apoteosis de “il Cavaliere”, obra del insigne fotógrafo Luciano Adulatti “il Pelotta”. En ella podemos ver como Silvio Berlusconi, presidente de la República Italiana se muestra como el mesías que guiará a su pueblo a través de la historia.

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Esta obra magistral ha sido objeto de críticas malintencionadas que pretendían rebajar, sin que sus autores las hayan entendido, la profundidad de los significados que encierra.

El soporte fotográfico, propio de nuestros tiempos, ha sido elegido en detrimento del óleo, sin que por ello pierda fuerza ni calidad esta representación. No muestra una composición clásica en triángulo o en diagonal, tampoco tiene en cuenta la proporción aúrea ni la regla de los 2/3; su genialidad se muestra en el uso de una estructura irregular que no es posible identificar y que le presta esa frescura y naturalidad. Los vestidos oscuros, excepto en las niñas, resaltan los rostros y manos, contribuyendo a la gestualidad expresiva de la escena. No obstante, el fotógrafo bebe de las fuentes clásicas y utiliza con soltura los arquetipos para transmitir su mensaje.

Observemos, en primer lugar, como el emperador Silvio I abre los brazos acogiendo a su pueblo mientras sus fuerzas le siguen aguerrida e incondicionalmente. Podría buscarse el origen en muchos cuadros clásicos alegóricos. Para ilustrarlo he elegido la alegoría de la Constitución de 1812, obra menor de Goya, en la que se aprecia la misma postura de acogimiento y protección.

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La mujer de la derecha, madre que incita a la alegría a las dos niñas. Esta figura podríamos adscribirla a la tradición de las piedades y madonnas clásicas, actualizada en su atuendo y expresión.

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Otro grupo importante es el de los acompañantes, cuyos antecedentes pueden rastrearse en La ronda nocturna. Este homenaje a Rembrandt denota un conocimiento íntimo y profundo de los grandes artistas.

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Con todo, el mayor homenaje a los clásicos lo encontramos en la niña emulando uno de los personajes mas conocidos de Goya. Veámoslo:

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Pero todo este comentario quedaría incompleto si no dirigiese vuestra atención hacia los pequeños detalles que dan vida y confieren ironía a la obra. El autor inserta intencionadamente algunos guiños ambíguos que sus detractores interpretan, equivocadamente, como mala leche.

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El propio Cavaliere, al que muestra con su brillante cabellera y perfecta dentadura, cual paladín mitológico, rasgos que sus enemigos se empeñan en denostar como mas falsos que un euro de madera.

El alcalde, al que refleja con la duda de la responsabilidad, a la que se enfrenta con ánimo sonriente y optimista. La visión malévola dice que se trata de vergüenza ajena.

Otro de los personajes, la madre, a la que algunos identifican con una funcionaria mamporrera, cuyas mirada, guiño y manos intentan animar para la foto a unas niñas que no saben por donde les da el aire.

El rostro de la niña mayor parece decir que qué asco, que pesados son estos mayores, cuando realmente su sentimiento es que se encuentra anonadada por los bienes que recibe de Papá Estado,

Y lo mas enigmático de esta gran obra de arte, de un simbolismo no revelado por el autor y que ha dado pie a muchas interpretaciones, algunas ciertamente esotéricas: ¿por qué la puerta de un dormitorio está provista de cerradura?

Con esta primera entrega, espero haber contribuido a ampliar vuestro conocimiento del gran mundo del Arte.

jueves, 21 de mayo de 2009

lunes, 8 de septiembre de 2008

Memorial

A su Excelencia Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares.

Memorial que le dirige Pedro López de Lerma, vecino que fue de la Villa de Lerma,

solicitando Real Perdón por delitos no hechos

y de los que fue acusado

Pedro López de Lerma es mi nombre y tras haber vivido en Burgos unos años con nombre y profesión fingidos, a Lerma regreso. De allí tuve que salir al haberse enemistado conmigo el malhadado Duque de Lerma, recientemente finado, y allí vuelvo ahora que no tengo riesgo. A una pizca de volver estuve cuando sus otros enemigos, aquellos que eran muchos y poderosos, con él pudieron y abrieron los ojos al Rey Nuestro Señor Felipe el tercero, muchos años engañado por Don Francisco de Sandoval.

Mi oficio es de tallista escultor de figuras de bulto y orfebre, de los mejores de mi profesión, como atestiguan los encargos que de contínuo recibía de los mas altos señores de Castilla y otros reinos. Como tal, me ganaba muy bien la vida, pudiendo hacer ahorros con los que dar oficio y casa a mis hijo y a mis hijas casamiento ventajoso y con hombres buenos. Soy hijo de Lope Martín y de María de Aranda, que Dios los tenga en su Gloria. De mi padre aprendí el oficio y el orgullo legítimo de hacerlo bien, y heredé taller, obrador y encargos. De mi señora madre supe mis primeras letras, pues era mujer leída, y a ser piadoso con los demás.Casé con la hija de Ordoñez, escultor de fama que trabajó en las efigies de la catedral de Granada, a la que amé como dicen que aman los caballeros de los libros y que antes de morir y llenarnos de tristeza, me dio tres hijos buenos y que siempre honraron a sus padres.

Dio el duque, que con su indumento de cardenal arda en el infierno, cuando venía a Lerma en escuchar a envidiosos y maledicentes de los que siempre hay, y entre corridas de toros, fiestas en los jardines y veladas en palacio, dio en pensar que un orfebre por fuerza debía tener oro y plata, y que si los trabajos encomendados eran importantes por fuerza debía serlo el estipendio que les correspondía, y que quien trabaja con metales nobles por fuerza deja algo entre las uñas y que si él era grande y era un ladrón los demás también lo serían.

Un día el corregidor visitó mi taller con la excusa de que el crisol hacía humos ponzoñosos que llegaban a los vecinos, y así miró mis cajas y el oro que en ellas se guardaba. Tuve que mostrarle las cuentas e inventarios para que viese el uso que hacía de los materiales y pesar los metales de nuevo en su presencia y la de sus esbirros. Sus modos y mala actuación me pusieron sobre sospecha de que alguien por encima de él tramaba mi mal.

So pretexto de confesión, confíe mis temores a mi amigo y confidente fray Joaquín de la Caridad, a la sazón capellán del monasterio de la Ascensión, que me pidió unos días para recabar noticias con que poder darme consejo. A los dos días, en un aparte me confió que sus noticias eran que el duque creía que en mi casa había grandes cantidades de oro y otras cosas valiosas y que, conocido el personaje, poco había de faltar para que sus garras cayesen sobre mis bienes y si no le parecían suficiente, sobre mi persona y allegados. Bien conocía que mi fortuna no era del tamaño que al duque le pudiese parecer bastante y se lo hice saber a fray Joaquín, que después de otros dos días me ofreció una estrategia digna del Gran Capitán.

Con algunas añagazas, fingí romper con mis familiares, amigos y deudos, por su bien y sin poder darles razón. Mis hijos tuvieron gran pesadumbre y desazón con ello. Doliome el alma, más era necesario por alejarles de venganzas que el duque pudiese tener conmigo. Fui dando cumplido fin y entregando los últimos encargos mientras por emisarios secretos enviaba a la abadesa del convento de Las Huelgas Reales de Burgos algunas herramientas, dineros y cartas que me guardase.

Fray Joaquín sacome una noche de mi casa y me escondió en la cripta del monasterio de las clarisas, donde estuve alojado y mantenido por algunas monjas de confianza de mi amigo. Por suerte en los últimos tiempos no había fallecido ninguna hermana, pero en las noches no tenía paz, rodeado de momias de sores difuntas. Con buen tino, el fray pensó que al advertir la ausencia de la presa, el corregidor sin duda enviaría patrullas a los caminos a prenderme. Cuando el agua volvió a su cauce pude partir con unos arrieros que fray Joaquín conocía hacía Burgos, vestido como ellos, con la cara tiznada y a las primeras luces del alba. No sin pesar supe que mi casa y taller, so capa de expropiación por algún infame delito, habían sido saqueados y revueltos, que mis amigos y familiares, muy a pesar de las enemistades fingidas, habían sido molestados y, gracias a ellas, no acusados de connivencia en mi falso delito. se me acusó también, según pude saber, de andar en tratos con judios, lo que es cierto, pues por mi labor traté con Salomón de Amberes y Simón de Lisboa, pero tambien con comerciantes de los reinos de Italia y otros tudescos, sin que nunca el motivo fuese la religión ni tratos contra las leyes.

Mi amigo había enviado cartas, además de a la abadesa de Las Huelgas, a su pariente Gregorio de Ortuño, canónigo de la catedral, que con discreción se ocupó en mi alojamiento y en cambiar mi nombre y aspecto. Luego de dos meses alojado con un pastor en el bosque, en los que mi cuerpo enflaqueció y endureciose, pasé a ser el maestro Carvajal, con cartas falaces de presentación de los gremios del Reino de Valencia que me hacían dorador y pintor de tallas, amén de carpintero de retablos. Para no levantar indiscreto interés me establecí extramuros de la ciudad y procuré hablar lo menos por no ser reconocido, lo que me valió el sobrenombre de "el Mudo". Pasado un tiempo envíe a mis hijos misivas secretas dando cuenta de mi condición, cuyo secreto ellos han guardado hasta ahora  y de cuyas nuevas mostraron a carta vuelta gran regocijo.

Varios años llevaba de esta vida, ejerciendo el mi nuevo oficio, cuando por allí se estableció por asuntos de la Corona el Capitán Jaime Ollors de Cullera que, sabiendo que cerca de la finca donde se había establecido vivía alguien de su país, por hacerme merced, un día visitó mi taller y me saludó en la su lengua, con lo que de inmediato apercibiose de que no era quien parecía ser. Apoyó la mano en el pomo de la espada y exigió razón sobre mi persona. Don Jaime resultó persona de buen juicio y juró allí mismo ser mi protector, de resultas de cuya promesa, Vuestra Excelencia conoce ahora el estado en que me encuentro. Pidió promesa de no hacer cosa sin contar con su aquiescencia por poder catar como estaba el asunto tras la caída en desgracia del duque, pues el duque ya no era valido pero el corregidor seguía siendo corregidor y no tomaría bien que resucitase quien pudiera acusarle.

En este año de mil seiscientos y veinte y siete, en el tercer día del mes de Mayo, habiendo fallecido ha tiempo Don Francisco de Sandoval, Duque de Lerma, y estando deshechos muchos de sus actos, recibo noticias del Capitán que me dan ánimo y me llevan a escribir este memorial que por su medianía envío a Vuestra Excelencia, que Dios guarde, solicitando hable en mi favor para lograr, aun cuando las acusaciones sean falaces, Real Perdón.

Cansado ya de esta y anhelando volver a mi vida verdadera, espero noticias de Vuestra Excelencia.

 

firma Pedro López de Lerma, ofbre. y esculptor 

domingo, 24 de agosto de 2008

Separaciones

Estaba hundido. Su chica le había pedido "relaciones mas abiertas", o sea, sexo con quienes quisieran pero sin renunciar a la seguridad de tener un hombro al que volver cuando le hiciese falta. No, él no lo admitió. Podría haberle perdonado mil traiciones, pero no que le avisase de que le iba a engañar frecuentemente, que eso era lo que le estaba diciendo con esa tontería de las "relaciones abiertas", ¿de que serie de televisión habría sacado la expresión? Lo que el creía haber encontrado en ella era algo mas que un cuerpo o algunos revolcones ocasionales, pero aquello debió ser un gran error; ahora tomaban otra perspectiva muchas de las cosas que habían pasado entre ellos.

No podía apartar aquellos pensamientos deprimentes y obsesivos. Por mas que tuviese muy claro que había hecho lo mejor que podía hacer, seguía deseando que fuese una mala interpretación. Volvía a representarse la escena mentalmente, palabra por palabra, sin encontrar una sola esperanza; una y otra vez.

Intentó sumergirse en un libro pero no podía concentrarse, palabras y palabras leídas de forma automática, al final de las cuales no recordaba ninguna. Fue a un centro comercial con la esperanza de fundirse en la masa y distraerse un poco mirando CDes; cuando se dio cuenta de que miraba las carátulas sin ningún interés, abandonó aquel lugar rápidamente. Dio un paseo por el parque esperando que el frío le hiciese pensar en algo distinto, pero la imagen de una batalla de bolas de nieve inolvidable que tuvieron uno de los días que pasaron en una estación de esquí el anterior invierno volvía obsesivamente. El cine tampoco fue solución; salió del cine como una tromba sin esperar a ver los títulos de crédito.

Los sentimientos amargos, por puro cansancio, se diluyeron en parte al caer la tarde. No habían dejado de ser amargos pero ya no eran dolorosos.

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Otra historia:

Ella ya no aguantaba mas tonterías ni explicaciones. Pretendía una relación de verdad, sin tonterías de chiquillos; quería intentar un futuro con él, no seguir estirando la relación sin cambiar nada. No quería verse con cuarenta años y un novio eterno. No quiso escuchar disculpas ni promesas, se acabó, punto.

Lloró mucho cuando tomó la decisión, cuando se la comunicó y cada vez que lo recordaba.

Por la noche ya casi no recordaba donde había estado. Había dado muchas vueltas. En el centro comercial había mirado libros y música sin encontrar nada que le apeteciese, ni siquiera miró ropa. Estuvo un buen rato mirando las aves de la pajarera, pero le resultó deprimente ver a los faisanes ateridos y a las palomas apretándose unas contra otras por el frío. Entró a ver una película clásica y la elección resultó nefasta para elevar el ánimo.

Antes de volver a casa pensó que necesitaba un café para entonarse.

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― Hola chicos, ¿estáis juntos?

― ¿Eh?, no, no ― Miró hacia donde señalaba el camarero y vio a aquella chica con la que se había cruzado en el parque; también le parecía haberla vista en el parque mirando los pájaros y... si, también estaba en el cine ¿aquello querría decir algo?, ¿sería el destino?, ¡bah!, solo imaginación y casualidad; además no parecía muy alegre, incluso tenía un aire un tanto hosco.

― No, no vamos juntos ― Vaya, vaya, el tipo al que parecía que le quemaban los discos en las manos y que paseaba por el parque como si lo estuviese midiendo a zancadas. Y luego, en el cine, salió como una flecha, y ahora estaba ahí y parecía mas calmado. Tal vez estuviese pasando por un mal momento, pero no era asunto suyo y la verdad, con todo tan reciente, ser amable con otro hombre aún le parecía una traición.

Cada uno tomó su café y se alejó del otro.

MvM

martes, 19 de agosto de 2008

Me siento, escucho, ¿si?

Se llama Obute, o eso creemos, porque es como nos suena. Creemos que es tanzano, aunque tampoco eso es seguro.

Es mas alto que cualquiera de nosotros, esbelto como una gacela y negro brillante como una pantera.

Hace un par de años, una noche entró en el bar, pidió un refresco, se sentó en el extremo de la barra, nos radiografió con la mirada y nos sedujo con su dentadura blanca y perfecta. Traía una bolsa de donde esperábamos ver salir un surtido de películas y música pirateadas, puñados de bisutería o copias de bolsos de marca; nada de eso, la bolsa siguió cerrada.

Comenzó a venir otras tardes, hasta ser una presencia habitual. Un día se acercó a la mesa donde estábamos, señaló una silla vacía y dijo:

― Me siento, escucho, ¿si?

Durante unos minutos la situación fue un poco incómoda, solo un rato, hasta que nos percatamos de que lo único que quería era escuchar: prácticas de idioma gratuitas. Nos había visto a través del cristal, hablando y riendo, y pensó que le apetecía ser parte del grupo.

Acabamos sabiendo que había conseguido entrar al país hacía un año como turista, pagando con los ahorros de toda su familia, que no le gustaba vender nada, que trabajaba en la construcción y que estaba aprendiendo todo lo que podía: conductor de maquinaria, gruista, ayudante de encofrador, lo que le echasen; por la tarde acudía a clases de español. La asistencia social le había procurado un permiso de residencia que consideraba su mayor posesión.

Estaba soltero y enviaba a su familia dinero para cubrir la deuda que tenía con ellos, pero también para procurar una mejor situación a sus hermanos pequeños. No pensaba volver a su país, pero quería que los suyos no necesitasen salir de él. Se reunía con otros compatriotas, pero necesitaba hacer una vida propia fuera de un entorno tan reducido. Vivía en un piso compartido con otros tres y cuidaba mucho ser disciplinado y limpio; con muchos gestos y esfuerzo nos decía que dejarse era fácil y que las personas descuidadas en sus costumbres acababan siendo también descuidadas en su moral.

En unos días era uno mas. Le veíamos esforzarse por entender las conversaciones e, inconscientemente, usábamos para él un lenguaje mas sencillo, pronunciábamos mas claro y hablábamos mas despacio; él recompensaba la deferencia con una de sus inmensas sonrisas. Su gran aliado era Ronnie, el cocinero colombiano, que hacía valer la solidaridad entre "migras" para invitarle a un refresco o un bocadillo de vez en cuando, guardarle la ropa (ese era el contenido de la bolsa) mientras iba a clase o, asombroso, hacer que Obute nos contase historias, pues había descubierto que, a pesar de no dominar el idioma, era un buen cuentista, con muchos recursos y que sabía como mantener la atención de su público.

Hoy hemos brindado por él, pues mañana hace las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Dice que no sabe si las pasará o no, pero que para él es ese el camino; que es posible que trabaje toda su vida en la construcción, pero que el mundo es grande y lleno de cosas que aprender. Ronnie está orgulloso de su amigo de "migra". Al levantar su copa dijo algo que todos recordábamos:

― Me siento, escucho, ¿si?

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Nota: no se llaman Obute ni Ronnie, ni yo soy de esa cuadrilla, pero la historia es real.

MvM

viernes, 15 de agosto de 2008

Decir y callar

Digo "adelante" y callo mis reservas. Solo necesitas que alguien te diga lo que ya sabes, que tienes que seguir.

Te digo "ánimo" y no te hablo de mis impotencias, que no te ayudarán.

"Puedes hacerlo" digo y no digo lo que a mí me cuesta hacer.

Para que no te rindas, te digo "todavía un poco mas" y no cuento que casi me he dicho "ya, no mas".

Decir y callar, casi es lo mismo.

em

viernes, 8 de agosto de 2008

Anselmo

¿Recordáis a Anselmo, el jubilado amargado? Creo que hasta él mismo cree ya que esa amargura que le oprime el corazón es angustia por sentirse ninguneado y por sentir ya en la nuca el susurro del frío aliento de la Parca, pero no son esos los motivos. La losa cuyo peso soporta está compuesta de miedo y otros sentimientos a los que él es incapaz de dar nombre, pues se niega a reconocer remordimientos, arrepentimientos o cargos de conciencia, pero sobre todo de miedo por no saber cómo deshacerse de esas sensaciones.

Hace mucho tiempo, cuando Anselmo estaba en su plenitud física pero no conseguía mantener con facilidad a su esposa y a sus dos pequeños hijos, el único medio que encontró para llevar mas dinero a casa fue dar palizas por encargo. Eran tiempos duros, la posguerra de miseria y plomo. No informó a nadie, ni a su esposa. No se sentía orgulloso, tampoco culpable; era un trabajo, punto. El único que tenía conocimiento de ello era Tomás, un tabernero que le ofreció el... digamos empleo, y que era a quien realmente le encargaban los trabajos.

Esas veces, cuando Anselmo aparecía por la taberna, Tomás le ponía el vaso de vino y le explicaba que debía hacer y discutían cual era la forma mas eficiente de hacerlo. No eran trabajos sofisticados, solo palizas acompañadas del aviso pertinente: "para que te acuerdes de Mengano y dejes en paz a su mujer", "Fulano, que a ver cuando le pagas las deudas", "tu padre dice que eres un golfo y que no se te ocurra volver por casa ni pedirle dinero a tu madre, cabrón".

El método era sencillo. Después de la jornada en el taller, Anselmo pasaba por casa a cenar y un rato después salía alegando que había encontrado alguna chapuza como fontanero para conseguir algo de dinero extra. Esperaba a su víctima en algún lugar solitario vestido con el buzo del taller y armado con un trozo de cañería (la primera llevó una llave inglesa y la perdió al alejarse de allí corriendo, un tubo era menos problemático y mas barato); para dificultar ser reconocido se embadurnaba la cara con grasa, como cualquier trabajador mecánico. No es necesario que cuente lo que ocurría después.

Era un buen asunto, los ingresos eran buenos y le permitían mantener con holgura a la familia, no solía haber denuncias, nadie sospechaba de él y tampoco era algo que hiciese todos los días. Hasta el día fatal en que uno de los apaleados, una vez pasada la sorpresa de los primeros golpes, se abalanzó contra él, haciendo de la paliza una pelea entre iguales. Los golpes de tubo, habitualmente medidos y controlados (alguna costilla rota y unos cuantos moratones, una vez un brazo fracturado), se transformaron en un ciclón de furia ciega. Cuando cesó la paliza, Anselmo se tenía en pié apoyándose más en su instinto que en sus piernas, miraba a su alrededor como un lobo, las pupilas dilatadas, los dientes apretados, el corazón golpeándole el pecho, la respiración salvaje. El otro era un bulto en el suelo con un charco de sangre nimbándole la cabeza.

Una sombra fugaz desapareció por una esquina. Alguien había visto aquello. Anselmo creía saber quién era, y no se equivocaba. No se sintió capaz de correr tras la sombra: con una muerte en su cuenta ya tenía bastante.

Habló con Tomás sobre esa noche y ese trabajo y los dos estuvieron de acuerdo en que era mejor abandonar esa actividad. No le dijo que le habían visto.

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La primera parte de esta historia me la contó la señora Engracia, mi abuela, la que durante muchos años fue la costurera del barrio, cuando creyó que sus facultades mentales comenzaban a avisar del declive.

― Mario, quiero que me descargues de algo que llevo encima desde hace mucho― y me contó, en esencia, lo que habéis leído hasta ahora.

― ¡Abuela! ¿Y no lo denunciaste?, ¿quién mas los sabe?, ¿lo contaste en secreto de confesión?

― Mario, pareces imbécil ¿para qué lo iba a denunciar o decírselo a nadie? Aquel tipo no iba a resucitar y el otro bastante tenía con llevar eso encima y rumiarlo toda su vida. Y confesarlo ¿con quién?, ¿con el padre Julio, que siempre fue aún mas simple que tú? No, yo ya he arreglado mis cuentas con el de arriba por mi cuenta, sin intermediarios, y me importa un pito que seas un descreído y te parezca una bobada. ―  me contó lo que había visto aquella noche y dejó su conciencia limpia para ir al mas allá. En eso se equivocó totalmente, porque todavía nos tuvimos que aguantarnos mutuamente durante algunos años, hasta que falleció de una pulmonía y sin signos de demencia senil.

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Otra parte la conocí a través de un amigo periodista que, a cambio de mucha vaselina, alguna cerveza y de estimular su curiosidad, investigó en la hemeroteca del diario para el que trabajaba y en los archivos policiales y judiciales. Encontró noticias sobre algunas de las pocas palizas que se denunciaron, alguna sobre el misterioso delincuente nunca identificado y algo mas sobre la investigación sobre el asesinato. El primer policía al que se lo asignaron fue el teniente Benítez, cuya mayor virtud era la constancia y su mayor defecto la falta de perspicacia; su línea de investigación consistió en interrogar "hábilmente" a todos los delincuentes conocidos habituales y amenazar veladamente a los vecinos, todo ello sin resultado; a Tomas y Anselmo, por lo que encontró mi amigo en los archivos. Cuando el asunto fue perdiendo fuerza se lo encargaron al recién ascendido comisario Bau, quien es posible que hubiese descubierto a Anselmo si hubiese tenido el caso desde el principio, pero para entonces ya nadie sabía ni recordaba nada y el expediente fue relegado y perdiéndose.

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Una tarde que Anselmo estaba en el bar, sentado en silencio en un rincón y mirando fijamente su vaso de vino, que normalmente no le servían, como si lo vigilase para que no desapareciese, no sé por qué, me senté a su lado y con la sensibilidad que me caracteriza le pregunté por el asesinato.

A pesar de su edad y sus achaques, me miró como un tigre a quien le tiran del rabo ¿quién dijo que los viejitos son dulces? Al momento se tranquilizó y me dijo

― Claro, tu eres el nieto de la costurera ― y con eso debió creer que lo había explicado todo porque volvió a mirar el vaso como si allí estuviese escrito todo lo que no contaba.

― Ahora ya no tiene que preocuparse, es muy mayor y no pueden encerrarle. Si le sirve de algo, solo lo sabíamos mi abuela y yo, nadie mas.

Me miró como pensando si debía decirme algo o mandarme al cuerno y al rato me habló

― Mejor sigue callado, como hasta ahora; no quiero que se sepa. A mi ahora ya no me importa, pero no creo que a mi hija le gustase que la digan que es hija de un asesino. Tampoco creo que el difunto dejase ningún ser querido ni nadie a quien le importase; era bastante mala persona y no recuerdo que tuviese familia. Al principio me sentía acosado; creía que cualquier policía o guardia civil que andase cerca venía a por mí, como lobos cercando a un ternero. Pensé si tendría que deshacerme de tu abuela, pero nadie daba señales de saberlo, luego supuse que no me había reconocido o que no contaba nada; cuando me crucé alguna vez con ella no mostró miradas huidizas ni recriminatorias. Luego fue un malestar por el ejemplo que podría ser para mis hijos si se enteraban;  solo tuve algunos ataques de angustia y algunas pesadillas donde el muerto levantaba la cabeza y se reía de mí con  la sangre brotándole de la boca. Desde entonces vivo con ello, nada mas; sé que no me han cogido ni me van a coger, solo siento algo que no es remordimiento y que hasta ahora no sabía qué era. Sigo sin saberlo, pero sé como quitármelo de encima... igual que tu abuela, dejando que seas tú quien piense en ello una vez que te lo cuente.

El desgraciado de él me contó los sórdidos detalles y se quedó fresco como una rosa. Levantó hacia mí su vaso, me sonrió y dijo ― Fin, a partir de ahora es cosa tuya si lo cuentas o no, si lo sueltas o te lo comes, je, je.

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Y yo os lo cuento con la esperanza de que seáis vosotros quienes penséis en ello, pero creo que como mi abuela sabía bien, no soy lo bastante listo como para deshacerme de ello y seguiré intentando obtener alguna conclusión ética o estética de esta historia. A Anselmo ya no le importa nada; falleció la semana pasada después de haberse reconciliado con todo el barrio. Últimamente era bastante mas tratable; sonreía a la gente y se había hecho amigo del perro, al que sacaba a pasear sin que se lo pidiesen y al que daba golosinas a escondidas de su hija.

MvM