lunes, 8 de septiembre de 2008

Memorial

A su Excelencia Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares.

Memorial que le dirige Pedro López de Lerma, vecino que fue de la Villa de Lerma,

solicitando Real Perdón por delitos no hechos

y de los que fue acusado

Pedro López de Lerma es mi nombre y tras haber vivido en Burgos unos años con nombre y profesión fingidos, a Lerma regreso. De allí tuve que salir al haberse enemistado conmigo el malhadado Duque de Lerma, recientemente finado, y allí vuelvo ahora que no tengo riesgo. A una pizca de volver estuve cuando sus otros enemigos, aquellos que eran muchos y poderosos, con él pudieron y abrieron los ojos al Rey Nuestro Señor Felipe el tercero, muchos años engañado por Don Francisco de Sandoval.

Mi oficio es de tallista escultor de figuras de bulto y orfebre, de los mejores de mi profesión, como atestiguan los encargos que de contínuo recibía de los mas altos señores de Castilla y otros reinos. Como tal, me ganaba muy bien la vida, pudiendo hacer ahorros con los que dar oficio y casa a mis hijo y a mis hijas casamiento ventajoso y con hombres buenos. Soy hijo de Lope Martín y de María de Aranda, que Dios los tenga en su Gloria. De mi padre aprendí el oficio y el orgullo legítimo de hacerlo bien, y heredé taller, obrador y encargos. De mi señora madre supe mis primeras letras, pues era mujer leída, y a ser piadoso con los demás.Casé con la hija de Ordoñez, escultor de fama que trabajó en las efigies de la catedral de Granada, a la que amé como dicen que aman los caballeros de los libros y que antes de morir y llenarnos de tristeza, me dio tres hijos buenos y que siempre honraron a sus padres.

Dio el duque, que con su indumento de cardenal arda en el infierno, cuando venía a Lerma en escuchar a envidiosos y maledicentes de los que siempre hay, y entre corridas de toros, fiestas en los jardines y veladas en palacio, dio en pensar que un orfebre por fuerza debía tener oro y plata, y que si los trabajos encomendados eran importantes por fuerza debía serlo el estipendio que les correspondía, y que quien trabaja con metales nobles por fuerza deja algo entre las uñas y que si él era grande y era un ladrón los demás también lo serían.

Un día el corregidor visitó mi taller con la excusa de que el crisol hacía humos ponzoñosos que llegaban a los vecinos, y así miró mis cajas y el oro que en ellas se guardaba. Tuve que mostrarle las cuentas e inventarios para que viese el uso que hacía de los materiales y pesar los metales de nuevo en su presencia y la de sus esbirros. Sus modos y mala actuación me pusieron sobre sospecha de que alguien por encima de él tramaba mi mal.

So pretexto de confesión, confíe mis temores a mi amigo y confidente fray Joaquín de la Caridad, a la sazón capellán del monasterio de la Ascensión, que me pidió unos días para recabar noticias con que poder darme consejo. A los dos días, en un aparte me confió que sus noticias eran que el duque creía que en mi casa había grandes cantidades de oro y otras cosas valiosas y que, conocido el personaje, poco había de faltar para que sus garras cayesen sobre mis bienes y si no le parecían suficiente, sobre mi persona y allegados. Bien conocía que mi fortuna no era del tamaño que al duque le pudiese parecer bastante y se lo hice saber a fray Joaquín, que después de otros dos días me ofreció una estrategia digna del Gran Capitán.

Con algunas añagazas, fingí romper con mis familiares, amigos y deudos, por su bien y sin poder darles razón. Mis hijos tuvieron gran pesadumbre y desazón con ello. Doliome el alma, más era necesario por alejarles de venganzas que el duque pudiese tener conmigo. Fui dando cumplido fin y entregando los últimos encargos mientras por emisarios secretos enviaba a la abadesa del convento de Las Huelgas Reales de Burgos algunas herramientas, dineros y cartas que me guardase.

Fray Joaquín sacome una noche de mi casa y me escondió en la cripta del monasterio de las clarisas, donde estuve alojado y mantenido por algunas monjas de confianza de mi amigo. Por suerte en los últimos tiempos no había fallecido ninguna hermana, pero en las noches no tenía paz, rodeado de momias de sores difuntas. Con buen tino, el fray pensó que al advertir la ausencia de la presa, el corregidor sin duda enviaría patrullas a los caminos a prenderme. Cuando el agua volvió a su cauce pude partir con unos arrieros que fray Joaquín conocía hacía Burgos, vestido como ellos, con la cara tiznada y a las primeras luces del alba. No sin pesar supe que mi casa y taller, so capa de expropiación por algún infame delito, habían sido saqueados y revueltos, que mis amigos y familiares, muy a pesar de las enemistades fingidas, habían sido molestados y, gracias a ellas, no acusados de connivencia en mi falso delito. se me acusó también, según pude saber, de andar en tratos con judios, lo que es cierto, pues por mi labor traté con Salomón de Amberes y Simón de Lisboa, pero tambien con comerciantes de los reinos de Italia y otros tudescos, sin que nunca el motivo fuese la religión ni tratos contra las leyes.

Mi amigo había enviado cartas, además de a la abadesa de Las Huelgas, a su pariente Gregorio de Ortuño, canónigo de la catedral, que con discreción se ocupó en mi alojamiento y en cambiar mi nombre y aspecto. Luego de dos meses alojado con un pastor en el bosque, en los que mi cuerpo enflaqueció y endureciose, pasé a ser el maestro Carvajal, con cartas falaces de presentación de los gremios del Reino de Valencia que me hacían dorador y pintor de tallas, amén de carpintero de retablos. Para no levantar indiscreto interés me establecí extramuros de la ciudad y procuré hablar lo menos por no ser reconocido, lo que me valió el sobrenombre de "el Mudo". Pasado un tiempo envíe a mis hijos misivas secretas dando cuenta de mi condición, cuyo secreto ellos han guardado hasta ahora  y de cuyas nuevas mostraron a carta vuelta gran regocijo.

Varios años llevaba de esta vida, ejerciendo el mi nuevo oficio, cuando por allí se estableció por asuntos de la Corona el Capitán Jaime Ollors de Cullera que, sabiendo que cerca de la finca donde se había establecido vivía alguien de su país, por hacerme merced, un día visitó mi taller y me saludó en la su lengua, con lo que de inmediato apercibiose de que no era quien parecía ser. Apoyó la mano en el pomo de la espada y exigió razón sobre mi persona. Don Jaime resultó persona de buen juicio y juró allí mismo ser mi protector, de resultas de cuya promesa, Vuestra Excelencia conoce ahora el estado en que me encuentro. Pidió promesa de no hacer cosa sin contar con su aquiescencia por poder catar como estaba el asunto tras la caída en desgracia del duque, pues el duque ya no era valido pero el corregidor seguía siendo corregidor y no tomaría bien que resucitase quien pudiera acusarle.

En este año de mil seiscientos y veinte y siete, en el tercer día del mes de Mayo, habiendo fallecido ha tiempo Don Francisco de Sandoval, Duque de Lerma, y estando deshechos muchos de sus actos, recibo noticias del Capitán que me dan ánimo y me llevan a escribir este memorial que por su medianía envío a Vuestra Excelencia, que Dios guarde, solicitando hable en mi favor para lograr, aun cuando las acusaciones sean falaces, Real Perdón.

Cansado ya de esta y anhelando volver a mi vida verdadera, espero noticias de Vuestra Excelencia.

 

firma Pedro López de Lerma, ofbre. y esculptor