Un tiempo pude justificar no tener un automovil ad hoc diciendo que me habían retirado el carnet por exceso de velocidad y el que no fuésemos a mi casa porque vivía con mis padres, que eran muy tradicionales. Diciendo que era economista no mentía, pero sí cuando contaba que vivía de mis inversiones. Al final tuve que mudarme a un pequeño apartamento en una zona bohemia, con cuyo exotismo pude camuflar un poco lo exíguo del lugar; a pesar de ello tuve que amueblar con estilo, es decir, caro. Vendí mi utilitario, con el que no osaba salir de noche y adquirí un coche bastante mas ostentoso y con algunas aspiraciones deportivas y menos mal que el sensato de Romualdo seguía ahí adentro y me disuadió de no comprar un deportivo descapotable mucho mas caro.
Mi insensatez me llevó a pedir a mis familiares que me confiaran sus ahorros para invertir en negocios muy productivos; la confianza que he hinchaba como un sapo me hacía creer que era capaz de hacerlo, obtener buenos rendimientos para ellos, pagar mis deudas y que me sobrase para financiar mis gastos colocándolo en asuntos propios. El único asunto que veía en el horizonte era el que me propuso uno de mis conocidos nocturnos. Un negocio redondo: aportar capital a una sociedad creada a su vez por otros amigos, todos de total confianza y muy bien situados, uno de los cuales conseguiría suelo barato, otro los permisos de construcción, otro de ellos proporcionaría los materiales a un precio realmente excepcional y a crédito y otro, conocedor de la gente adecuada y a quien todo el mundo debía favores, conseguiría todas las subvenciones necesarias, por lo que mi capital me sería devuelto multiplicado y de paso habría entrado por la puerta grande de las finanzas.
Un par de meses Mercedes fué casi mia, solo casi porque nunca se comprometió a nada, era como pisar las olas que llegan a la orilla y no conseguir retener nada del agua entre los dedos. Igual de escurridiza resultó la sociedad a la que confié todos los ahorros de la familia.
¡Para qué detallar más! Ramón se esfumó y Romualdo sigue trabajando en el almacén solo porque al patrón le doy pena y no puedo permitirme ser orgulloso, pero aquellos a quienes llevaba la contabilidad ya no confian en mí y me han retirado el trabajo. Mis padres están muy afectados y han llorado mucho, aunque me han perdonado haber perdido sus ahorros de toda una vida, no así mis hermanos, cuñados y amigos, que no me han demandado porque consideran que desde la carcel no se produce y prefieren que siga trabajando hasta pagarles las deudas. Ahora vivo realquilado en un pequeño cubículo sin el menor lujo porque no me puedo permitir otra cosa y el fabuloso auto nuevo fué embargado por falta de pago.
El único respiro que me queda es Sara. Paseamos y pasamos mucho tiempo en el parque, cuando no me invita al cine o a una cerveza. Su bendita educación católica tradicional no le permite abandonarme durante la desgracia, pero cuando haya cumplido mi tiempo en este purgatorio que es ahora mi existencia, ciertamente me dejará. Hasta entonces es mi único apoyo y me aferro egoistamente a ella, a lo único bueno que me queda.
Sic transit gloria mundi
MvM