domingo, 22 de junio de 2008

La prima Paula

 

Hola. Soy Julia de nuevo. Le estoy cogiendo gusto a este blog. He chantajeado a Mario y le he secuestrado su espacio.

Después de lo de Anselmo (por cierto ¿como llegó aquí ese texto?), un viejo realmente desagradable, me gustaría escribir algo más amable; voy a hablaros de mi prima Paula.

Comienza el relato

Mi abuelo materno adquirió una caserón en la costa que usamos toda la familia. Todos los veranos hay un trasiego contínuo de tíos y primos, y hasta que murió el abuelo aquello era una gran tribu. Mucha de mi niñez y juventud está entre sus paredes: la cuadrilla del verano, los primos, los perros, la playa y las excursiones. Ahora está comenzando la siguiente generación de niños, pero son aún muy pequeños. Ojalá pasen allí tantos buenos días como yo.

El pasado fin de semana estuvimos allí y coincidimos con Paula, mi prima, y Javier, su chico. También pasaron por allí otros primos, pero apenas los vimos.

El sábado a mediodía Pedro y Javier se fueron a pescar, que en esencia es poner la caña y recostarse al lado a sestear, es decir, si cambiamos la caña por la toalla, lo mismo que hacemos nosotras en la playa. Paula y yo subimos al desván a buscar "tesoros". Después de tanto tiempo, todavía encontramos alguna cosa cuando escarbamos por allí.

Esta vez le han tocado el turno a las fotos. Paula encontró encima de un armario una caja que nunca habíamos visto. Cuando la abrimos encontramos varios álbumes y paquetes de fotos de varias épocas y supusimos que había sido la madre de Paula quien, en un rapto de orden, había juntado y ordenado someramente todas las fotografías que había encontrado por la casa. Muchos veranos y mucha familia resumida.

Fotos antiguas

La colección mas antigua tenía el aliciente de tener que reconocer a los retratados. Allí estaban las fotos mas antiguas de la familia, con los abuelos del abuelo en poses hieráticas, posando con sus mejores ropas ante una cámara de cajón, con algún fogonazo de magnesio y algún retoque a pincel. Los padres del abuelo, con vestidos algo más modernos pero en actitudes parecidas. Y los abuelos, en unas fotos posando con todos sus hijos, niños entonces, y en otras, más modernas, en actitudes mas desinhibidas.

Los tatarabuelos fueron gente trabajadora, de las que hacían lo que tenían que hacer, con la excepción temporal del del abuelo Mariano que, aún cuidando de su familia como hasta entonces y trabajando todo el día en su negocio de transporte marítimo, tuvo una amante. Al abuelo no le hacía gracia hablar de ello pero parecía comprensivo con la situación . Según él su abuela Amelia perdió el juicio por unas fiebres y su abuelo, más que una amante, buscó una compañera joven que le devolviese la esperanza y la alegría que casi había olvidado. Mis padres dicen que el abuelo trataba con cariño a aquella mujer, como si tuviese otra abuela. Por supuesto que debió haber habladurías en el pueblo, pero los vecinos en general fueron comprensivos, siempre según el abuelo y mis padres.

Nuestros padres

Otro album completo lo formaban las fotos "oficiales" de nuestros padres y tíos: bautizos, comuniones, bodas y otros eventos. Allí estaban nuestras propias madres con toga y birrete -y con unas estupendas permanentes de estilo casco- orgullosas de su licenciatura.

El tercero, y último de los que tenían cierto orden, mostraba a las mismas personas del anterior, pero con una visión distinta. Era el lugar donde encontrar fotos del Vespa Club, de meriendas multitudinarias y paellas en el campo; algunos hippis y existencialistas que ahora se reirían de ellos mismos en actitudes tan trascendentes, las primeras fotos de todos los primos gateando o jugando en el jardín, o haciéndoles judiadas a los perros, ...

Si tuviese que seleccionar una de estas fotos, elegiría una de colores desvaídos de los padres de Paula con ella y Luis, su hermano Alberto, acompañados de los niños de un colegio. La historia de esta foto es que el autobús que llevaba a los niños de excursión a la playa tuvo una avería -estamos hablando de unos tiempos en que no era tan fácil como ahora recurrir a los coches o traer otro autobús o un repuesto- en mitad de un aguacero -vaya día de playa- y los tíos invitaron a los profesores y a los niños, y también al conductor, a pasar a la casa, llamar por teléfono y tomar algo caliente. Y seguidamente se ocuparon de organizar un espectáculo de marionetas, disfraces, payasos y juegos con los medios de que disponían. La foto está hecha cuando escampó; los niños parecen habérselo pasado bién, los profesores y el conductor tienen una sonrisa de oreja a oreja, Paula y Alberto parecen contentos pero con cara de ¿qué ha pasado? y los tíos tienen, con disfraces y maquillajes caseros, tan mala pinta como todos los demás, pero sonríen felices y parecen agotados. Una bonita imagen. Muchos veranos después aún pasaban por la casa algunos de los participantes en aquella excursión preguntando por los tíos.  

Y luego había colecciones (algunas simplemente atadas o en sobres) de todo tipo cuyo elemento común era que todas eran de nuestra generación. Los primos: Paula, Gloria, Paul, Alberto, yo misma y otros que no nombro para no liarlo más y que actualmente viven lejos y no vienen nunca. Y con nosotros, el resto de los componentes de la cuadrilla del verano: Julián, María, Laura, Felipe, el otro Alberto, Javier -el que estaba pescando- y chicos y chicas que apenas recordábamos. En las más recientes ya aparecía Pedro.

Cuando estábamos repasando estos paquetes, aparecieron los chicos. Pedro planeó sobre la escena como un halcón, cogió una de las fotos que estaban sobre la mesa y, medio en serio medio en broma, se la dio a Javier -toma, siempre debió ser así. ¿Vamos a tomar una cerveza? Los demás tardamos unos segundos en apercibirnos de lo que había hecho y para que ustedes también lo sepan se lo voy a explicar, pero eso requiere que les cuente cosas sobre Paula y Javier, que es lo que voy a hacer.

Paula y Javier

Javier no veraneaba en el pueblo, vivía en allí. Su madre murió cuando él tenía seis años y su padre le había cuidado y educado con más cariño del habitual. Francisco, el padre, se llevaba muy bien con todos nosotros, que entrábamos y salíamos de su casa como si fuese propia. Tampoco tuvo nunca ningún reparo en preocuparse de nosotros o abroncarnos como nuestros propios padres. Tenía una librería en la ciudad y Javier iba al colegio también en la ciudad, con algunos de nosotros. Todos los días ambos tomaban el tren para ir cada uno a sus ocupaciones y a mediodía comían juntos en un restaurante, el hombre frente al niño, el hijo frente al padre. Se puede decir que el cuarto de estar de Javier fué la librería, y lo sigue siendo pues ahora que es Javier quien la regenta y su trastienda es uno de nuestros centros de operaciones. También tiene una imprenta y copistería industrial cuyos beneficios, según él, son los que mantienen la librería, que es lo que realmente le gusta. Javier es un tipo entrañable al que se le coge cariño enseguida. Es un largirucho de pelo claro que habla poco y sonríe mucho y, lo más importante para esta historia, desde siempre ha estado enamorado en silencio de Paula. 

Durante toda su niñez y adolescencia Paula fue una chiquilla sería, pálida y larguirucha. Aunque le dolía, nunca hizo mucho caso de los que se metían con ella, y ahora que es una mujer brillante y muy hermosa, tampoco necesita ninguna revancha. Es muy alta (según ella 170 cm., pero juraría que lo dice para no ofender. Calculo más de 175) y esbelta, tiene un tipazo que suele esconder, o eso cree ella, con tejanos, camisetas y deportivas, piel clara, ojazos azul profundo y pelo negro. Hizo una brillante carrera de economista en París con una beca y cuando volvió, el patito feo era un hermoso cisne y una cotizada profesional. Siempre hemos estado unidas, desde niñas. En la adolescencia, cuando la prima Gloria nos birlaba todos los chicos, o más bien me los birlaba a mí, porque Paula estaba convencida de que era una flaca no deseable y que Javier era solo un buen amigo, que siempre estaba atento a lo que ella quería porque era un buen chico; a veces daba lástima verle detrás de una chica tan cegata. ¡Como ha cambiado! Ahora sabe que impone con su presencia y con su profesionalidad. A veces la vemos con ropa de "negociar", como ella dice, que consiste en ponerse tacones de aguja, traje pantalón oscuro, blusa de seda, maletín, gafas y el pelo recogido; el efecto es que pasa de Heidi a Cruella de Ville en un momento, pero para nosotros sigue siendo mi prima y seguimos riéndonos, compartiendo los buenos y malos momentos y haciendo tonterías juntas.

Creo que me estoy desviando. Había dejado a Paula estudiando en París IX Dauphine. Allí, ya convertida en una muchacha preciosa, conoció a su futuro esposo, un muchacho de familia rica al que le pareció que Paula podría ser un buen trofeo. Se casaron el Los Jerónimos, en una ceremonia a la que asistió lo mejorcito de la alta sociedad. Las bases no eran buenas y ese matrimonio solo aguantó unas cuantas disensiones acerca de la conveniencia de que Paula olvidase su carrera para convertirse en una esposa decorativa ideal y unas pocas infidelidades de niño pijo y consentido. Cuando Paula cayó de la nube, renunció a tratar de salvar algo porque no había nada que salvar, todo era vacio: apariencia, lujo y bonitas palabras.

Paula volvió a casa de sus padres para poner en orden su vida. Buscó un trabajo y un apartamento y volvió a salir conmigo, y con Pedro, que ya vivía conmigo; ambos se hicieron amigos enseguida. Mi prima seguía bastante triste; se centraba en su trabajo, procuraba no hablar de sus penas y convivía con sus malos recuerdos ... hasta aquel día.

Estábamos citados los tres en una cafetería del centro (en La Fragata ¿os suena?). Paula y yo ya estábamos instaladas en una de las mesas cuando apareció Pedro acompañado de Javier, a quien no habíamos visto desde que Paula había vuelto. Antes de que pudiésemos salir de nuestra sorpresa dijo -según venía he recordado que tenía que comprar un libro y en la librería he encontrado a Javier y le he pedido que viniese a tomar algo con nosostros-. Para entonces ya no le estábamos escuchando ninguno de los tres. Paula y Javier solo se veían a ellos y tenían demasiadas cosas en el pecho para hacer caso a nadie más; yo estaba estupefacta de aquel celestineo de mi chico que él no tenía ninguna intención de desmentir, ni siquiera se molestó en explicarme por qué no traía ese libro que había ido a comprar. Más tarde le pregunté por lo que había hecho y su respuesta fue que no se puede dejar a alguien sufrir cuando es tan fácil evitarlo, y que si era un celestino pues vale, que viviría con esa cruz. Cuando me dice esas cosas tan serio como si estuviese en un juzgado me entra la risa y no puedo enfadarme con él, pero es que además tenía razón. Paula y Javier son ahora la pareja mejor avenida que conozco y creo que están pensando en hacernos tíos.

Creo que ya es hora de volver al punto donde empecé. La foto con la que comencé esta disgresión mostraba a unos Paula y Javier adolescentes jugando en la playa. Parecía que siempre hubiera sido novios, pero esa foto era solo un producto del azar; Paula me confesó que solo fué capaz de ver de verdad a Javier cuando Pedro se lo puso delante.

No sé si lo que más me gusta de Pedro es su intuición o su osadía.

Julia

Nota

He vuelto a publicar en mi otro blog, lo que no quiere decir que deje este.

martes, 3 de junio de 2008

Jubilados

¡Ajum!,¡ajum! vaya mierda de dia. Como a un perro me han echado a la calle -¡hala!, padre, vaya a comprar el pan ... saque a pasear al perro ... ande, déjeme arreglar la casa- como si molestase tanto en la cocina. Cuando eres viejo ya no te quiere nadie. Ni la hija ni el yerno, otro imbecil, que como trabaja con corbata cree que es mejor que yo. Mi mujer si que era buena; cuidó de sus padres y de los mios hasta que se murieron y de nuestra hija, y del chico, que no quiere saber nada conmigo, y de mí, que cuando volvía a casa tenía la comida en la mesa y casi nunca tenía que enfadarme. ¡Mírame ahora!, que tengo que aguantar a estos dos porque la pensión no da para más, que si no ... Solo me quiere el perro, y no hay manera de quitármelo de encima, ¡chucho meon!

Hala, a la puta calle. Qué diferencia con los tiempos en que era el mejor tornero del taller, cuando los aprendizes andaban detrás de mí para que les enseñase, que les enseñaba lo justo, no fuese que algún trepa me quitase el puesto, y el jefe no tenía cojones para decirme nada.

Tampoco puedo ir a los bares del barrio porque no me quieren poner un vino. En algunos no me dejan entrar porque dicen que no quieren borrachos y menos borrachos que no pagan. ¿Si ya saben que les pago en cuanto me llega la pensión!

-Buenos días, Anselmo.

-¡Ah!, buenos días- ¡imbecil!, ¿qué buenos días ni que gaitas?, como si fuesen buenos ... que con esta humedad la reuma me está jorobando, que ni puedo casi levantar el brazo para ponerme la boina. Voy a acercarme al Hogar del Jubilado, con los demás viejos. Estas son las únicas mujeres que me hablan ahora, y son unas ñoñas. En mis tiempos si que había mujeres, mujeres, ... Me estoy acordando de la Lupe, que trabajaba de puta, pero ¡que mujer!

-Hola Anselmo, ¿cómo está?

-Jodido, como siempre. Y tú, atiende a lo tuyo, que ya tienes bastante- Es que si no les paras, esta gente en seguida se toma confianzas. Sigue con tus cosas de conserje y déjame en paz, que yo no me meto en tus cosas. En cambio, la asistente social, la Loli, con esa si que tendría un asuntillo, que ya hay pocas mujeres con las cosas en su sitio, grandes y hermosas, que haya donde pillar.

-Anselmo, ¡ya está bien!, deje de mirarme el culo, y ni se le ocurra intentar tocármelo como al descuido, que el otro día no le solté un guantazo por no desgraciarle.

-¡Bah, bah!, imaginaciones tuyas, aunque ... si quisieras, ya te enseñaba lo que es un hombre de verdad.

-¿Un hombre?, una momia. ¡Venga hombre!, no sea desagradable, que ya cansa.

-Si señorita, un hombre de verdad, con noventa y cinco años, pero un hombre.

-Y encima coqueto. No se ponga años, que solo tiene noventa y uno.

No sé por qué vengo aquí. No hay mas que viejos blandengues y babosos. Mira a esa ... con el rollo de los bailes, que parece que tenga quince años, o esa otra de la calceta, ¿le quedará en casa algún rincón donde poner un tapetito? o a lo mejor los apila en un cajón. Y los viejos, como ese de ahí jugando al dominó. Hasta el mus nos han quitado. O aquel, que hace mariconadas de trabajos manuales y hasta los enseña orgulloso. Me dicen "Anselmo, no sea así" o "Anselmo, no se enfade"; ¡gilipollas!, que son como tontos.

Me voy al parque, donde no tenga que ver tanta tontería ... aunque tampoco aguanto a los niños gritones y alborotadores ni a las parejitas, aunque a ellas da gusto verlas. Y luego a casa, a discutir otra vez con la hija. ¡Quite de en medio, atontao!, ¡si es que ya no le respetan a uno!

MvM