lunes, 8 de septiembre de 2008

Memorial

A su Excelencia Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares.

Memorial que le dirige Pedro López de Lerma, vecino que fue de la Villa de Lerma,

solicitando Real Perdón por delitos no hechos

y de los que fue acusado

Pedro López de Lerma es mi nombre y tras haber vivido en Burgos unos años con nombre y profesión fingidos, a Lerma regreso. De allí tuve que salir al haberse enemistado conmigo el malhadado Duque de Lerma, recientemente finado, y allí vuelvo ahora que no tengo riesgo. A una pizca de volver estuve cuando sus otros enemigos, aquellos que eran muchos y poderosos, con él pudieron y abrieron los ojos al Rey Nuestro Señor Felipe el tercero, muchos años engañado por Don Francisco de Sandoval.

Mi oficio es de tallista escultor de figuras de bulto y orfebre, de los mejores de mi profesión, como atestiguan los encargos que de contínuo recibía de los mas altos señores de Castilla y otros reinos. Como tal, me ganaba muy bien la vida, pudiendo hacer ahorros con los que dar oficio y casa a mis hijo y a mis hijas casamiento ventajoso y con hombres buenos. Soy hijo de Lope Martín y de María de Aranda, que Dios los tenga en su Gloria. De mi padre aprendí el oficio y el orgullo legítimo de hacerlo bien, y heredé taller, obrador y encargos. De mi señora madre supe mis primeras letras, pues era mujer leída, y a ser piadoso con los demás.Casé con la hija de Ordoñez, escultor de fama que trabajó en las efigies de la catedral de Granada, a la que amé como dicen que aman los caballeros de los libros y que antes de morir y llenarnos de tristeza, me dio tres hijos buenos y que siempre honraron a sus padres.

Dio el duque, que con su indumento de cardenal arda en el infierno, cuando venía a Lerma en escuchar a envidiosos y maledicentes de los que siempre hay, y entre corridas de toros, fiestas en los jardines y veladas en palacio, dio en pensar que un orfebre por fuerza debía tener oro y plata, y que si los trabajos encomendados eran importantes por fuerza debía serlo el estipendio que les correspondía, y que quien trabaja con metales nobles por fuerza deja algo entre las uñas y que si él era grande y era un ladrón los demás también lo serían.

Un día el corregidor visitó mi taller con la excusa de que el crisol hacía humos ponzoñosos que llegaban a los vecinos, y así miró mis cajas y el oro que en ellas se guardaba. Tuve que mostrarle las cuentas e inventarios para que viese el uso que hacía de los materiales y pesar los metales de nuevo en su presencia y la de sus esbirros. Sus modos y mala actuación me pusieron sobre sospecha de que alguien por encima de él tramaba mi mal.

So pretexto de confesión, confíe mis temores a mi amigo y confidente fray Joaquín de la Caridad, a la sazón capellán del monasterio de la Ascensión, que me pidió unos días para recabar noticias con que poder darme consejo. A los dos días, en un aparte me confió que sus noticias eran que el duque creía que en mi casa había grandes cantidades de oro y otras cosas valiosas y que, conocido el personaje, poco había de faltar para que sus garras cayesen sobre mis bienes y si no le parecían suficiente, sobre mi persona y allegados. Bien conocía que mi fortuna no era del tamaño que al duque le pudiese parecer bastante y se lo hice saber a fray Joaquín, que después de otros dos días me ofreció una estrategia digna del Gran Capitán.

Con algunas añagazas, fingí romper con mis familiares, amigos y deudos, por su bien y sin poder darles razón. Mis hijos tuvieron gran pesadumbre y desazón con ello. Doliome el alma, más era necesario por alejarles de venganzas que el duque pudiese tener conmigo. Fui dando cumplido fin y entregando los últimos encargos mientras por emisarios secretos enviaba a la abadesa del convento de Las Huelgas Reales de Burgos algunas herramientas, dineros y cartas que me guardase.

Fray Joaquín sacome una noche de mi casa y me escondió en la cripta del monasterio de las clarisas, donde estuve alojado y mantenido por algunas monjas de confianza de mi amigo. Por suerte en los últimos tiempos no había fallecido ninguna hermana, pero en las noches no tenía paz, rodeado de momias de sores difuntas. Con buen tino, el fray pensó que al advertir la ausencia de la presa, el corregidor sin duda enviaría patrullas a los caminos a prenderme. Cuando el agua volvió a su cauce pude partir con unos arrieros que fray Joaquín conocía hacía Burgos, vestido como ellos, con la cara tiznada y a las primeras luces del alba. No sin pesar supe que mi casa y taller, so capa de expropiación por algún infame delito, habían sido saqueados y revueltos, que mis amigos y familiares, muy a pesar de las enemistades fingidas, habían sido molestados y, gracias a ellas, no acusados de connivencia en mi falso delito. se me acusó también, según pude saber, de andar en tratos con judios, lo que es cierto, pues por mi labor traté con Salomón de Amberes y Simón de Lisboa, pero tambien con comerciantes de los reinos de Italia y otros tudescos, sin que nunca el motivo fuese la religión ni tratos contra las leyes.

Mi amigo había enviado cartas, además de a la abadesa de Las Huelgas, a su pariente Gregorio de Ortuño, canónigo de la catedral, que con discreción se ocupó en mi alojamiento y en cambiar mi nombre y aspecto. Luego de dos meses alojado con un pastor en el bosque, en los que mi cuerpo enflaqueció y endureciose, pasé a ser el maestro Carvajal, con cartas falaces de presentación de los gremios del Reino de Valencia que me hacían dorador y pintor de tallas, amén de carpintero de retablos. Para no levantar indiscreto interés me establecí extramuros de la ciudad y procuré hablar lo menos por no ser reconocido, lo que me valió el sobrenombre de "el Mudo". Pasado un tiempo envíe a mis hijos misivas secretas dando cuenta de mi condición, cuyo secreto ellos han guardado hasta ahora  y de cuyas nuevas mostraron a carta vuelta gran regocijo.

Varios años llevaba de esta vida, ejerciendo el mi nuevo oficio, cuando por allí se estableció por asuntos de la Corona el Capitán Jaime Ollors de Cullera que, sabiendo que cerca de la finca donde se había establecido vivía alguien de su país, por hacerme merced, un día visitó mi taller y me saludó en la su lengua, con lo que de inmediato apercibiose de que no era quien parecía ser. Apoyó la mano en el pomo de la espada y exigió razón sobre mi persona. Don Jaime resultó persona de buen juicio y juró allí mismo ser mi protector, de resultas de cuya promesa, Vuestra Excelencia conoce ahora el estado en que me encuentro. Pidió promesa de no hacer cosa sin contar con su aquiescencia por poder catar como estaba el asunto tras la caída en desgracia del duque, pues el duque ya no era valido pero el corregidor seguía siendo corregidor y no tomaría bien que resucitase quien pudiera acusarle.

En este año de mil seiscientos y veinte y siete, en el tercer día del mes de Mayo, habiendo fallecido ha tiempo Don Francisco de Sandoval, Duque de Lerma, y estando deshechos muchos de sus actos, recibo noticias del Capitán que me dan ánimo y me llevan a escribir este memorial que por su medianía envío a Vuestra Excelencia, que Dios guarde, solicitando hable en mi favor para lograr, aun cuando las acusaciones sean falaces, Real Perdón.

Cansado ya de esta y anhelando volver a mi vida verdadera, espero noticias de Vuestra Excelencia.

 

firma Pedro López de Lerma, ofbre. y esculptor 

domingo, 24 de agosto de 2008

Separaciones

Estaba hundido. Su chica le había pedido "relaciones mas abiertas", o sea, sexo con quienes quisieran pero sin renunciar a la seguridad de tener un hombro al que volver cuando le hiciese falta. No, él no lo admitió. Podría haberle perdonado mil traiciones, pero no que le avisase de que le iba a engañar frecuentemente, que eso era lo que le estaba diciendo con esa tontería de las "relaciones abiertas", ¿de que serie de televisión habría sacado la expresión? Lo que el creía haber encontrado en ella era algo mas que un cuerpo o algunos revolcones ocasionales, pero aquello debió ser un gran error; ahora tomaban otra perspectiva muchas de las cosas que habían pasado entre ellos.

No podía apartar aquellos pensamientos deprimentes y obsesivos. Por mas que tuviese muy claro que había hecho lo mejor que podía hacer, seguía deseando que fuese una mala interpretación. Volvía a representarse la escena mentalmente, palabra por palabra, sin encontrar una sola esperanza; una y otra vez.

Intentó sumergirse en un libro pero no podía concentrarse, palabras y palabras leídas de forma automática, al final de las cuales no recordaba ninguna. Fue a un centro comercial con la esperanza de fundirse en la masa y distraerse un poco mirando CDes; cuando se dio cuenta de que miraba las carátulas sin ningún interés, abandonó aquel lugar rápidamente. Dio un paseo por el parque esperando que el frío le hiciese pensar en algo distinto, pero la imagen de una batalla de bolas de nieve inolvidable que tuvieron uno de los días que pasaron en una estación de esquí el anterior invierno volvía obsesivamente. El cine tampoco fue solución; salió del cine como una tromba sin esperar a ver los títulos de crédito.

Los sentimientos amargos, por puro cansancio, se diluyeron en parte al caer la tarde. No habían dejado de ser amargos pero ya no eran dolorosos.

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Otra historia:

Ella ya no aguantaba mas tonterías ni explicaciones. Pretendía una relación de verdad, sin tonterías de chiquillos; quería intentar un futuro con él, no seguir estirando la relación sin cambiar nada. No quería verse con cuarenta años y un novio eterno. No quiso escuchar disculpas ni promesas, se acabó, punto.

Lloró mucho cuando tomó la decisión, cuando se la comunicó y cada vez que lo recordaba.

Por la noche ya casi no recordaba donde había estado. Había dado muchas vueltas. En el centro comercial había mirado libros y música sin encontrar nada que le apeteciese, ni siquiera miró ropa. Estuvo un buen rato mirando las aves de la pajarera, pero le resultó deprimente ver a los faisanes ateridos y a las palomas apretándose unas contra otras por el frío. Entró a ver una película clásica y la elección resultó nefasta para elevar el ánimo.

Antes de volver a casa pensó que necesitaba un café para entonarse.

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― Hola chicos, ¿estáis juntos?

― ¿Eh?, no, no ― Miró hacia donde señalaba el camarero y vio a aquella chica con la que se había cruzado en el parque; también le parecía haberla vista en el parque mirando los pájaros y... si, también estaba en el cine ¿aquello querría decir algo?, ¿sería el destino?, ¡bah!, solo imaginación y casualidad; además no parecía muy alegre, incluso tenía un aire un tanto hosco.

― No, no vamos juntos ― Vaya, vaya, el tipo al que parecía que le quemaban los discos en las manos y que paseaba por el parque como si lo estuviese midiendo a zancadas. Y luego, en el cine, salió como una flecha, y ahora estaba ahí y parecía mas calmado. Tal vez estuviese pasando por un mal momento, pero no era asunto suyo y la verdad, con todo tan reciente, ser amable con otro hombre aún le parecía una traición.

Cada uno tomó su café y se alejó del otro.

MvM

martes, 19 de agosto de 2008

Me siento, escucho, ¿si?

Se llama Obute, o eso creemos, porque es como nos suena. Creemos que es tanzano, aunque tampoco eso es seguro.

Es mas alto que cualquiera de nosotros, esbelto como una gacela y negro brillante como una pantera.

Hace un par de años, una noche entró en el bar, pidió un refresco, se sentó en el extremo de la barra, nos radiografió con la mirada y nos sedujo con su dentadura blanca y perfecta. Traía una bolsa de donde esperábamos ver salir un surtido de películas y música pirateadas, puñados de bisutería o copias de bolsos de marca; nada de eso, la bolsa siguió cerrada.

Comenzó a venir otras tardes, hasta ser una presencia habitual. Un día se acercó a la mesa donde estábamos, señaló una silla vacía y dijo:

― Me siento, escucho, ¿si?

Durante unos minutos la situación fue un poco incómoda, solo un rato, hasta que nos percatamos de que lo único que quería era escuchar: prácticas de idioma gratuitas. Nos había visto a través del cristal, hablando y riendo, y pensó que le apetecía ser parte del grupo.

Acabamos sabiendo que había conseguido entrar al país hacía un año como turista, pagando con los ahorros de toda su familia, que no le gustaba vender nada, que trabajaba en la construcción y que estaba aprendiendo todo lo que podía: conductor de maquinaria, gruista, ayudante de encofrador, lo que le echasen; por la tarde acudía a clases de español. La asistencia social le había procurado un permiso de residencia que consideraba su mayor posesión.

Estaba soltero y enviaba a su familia dinero para cubrir la deuda que tenía con ellos, pero también para procurar una mejor situación a sus hermanos pequeños. No pensaba volver a su país, pero quería que los suyos no necesitasen salir de él. Se reunía con otros compatriotas, pero necesitaba hacer una vida propia fuera de un entorno tan reducido. Vivía en un piso compartido con otros tres y cuidaba mucho ser disciplinado y limpio; con muchos gestos y esfuerzo nos decía que dejarse era fácil y que las personas descuidadas en sus costumbres acababan siendo también descuidadas en su moral.

En unos días era uno mas. Le veíamos esforzarse por entender las conversaciones e, inconscientemente, usábamos para él un lenguaje mas sencillo, pronunciábamos mas claro y hablábamos mas despacio; él recompensaba la deferencia con una de sus inmensas sonrisas. Su gran aliado era Ronnie, el cocinero colombiano, que hacía valer la solidaridad entre "migras" para invitarle a un refresco o un bocadillo de vez en cuando, guardarle la ropa (ese era el contenido de la bolsa) mientras iba a clase o, asombroso, hacer que Obute nos contase historias, pues había descubierto que, a pesar de no dominar el idioma, era un buen cuentista, con muchos recursos y que sabía como mantener la atención de su público.

Hoy hemos brindado por él, pues mañana hace las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Dice que no sabe si las pasará o no, pero que para él es ese el camino; que es posible que trabaje toda su vida en la construcción, pero que el mundo es grande y lleno de cosas que aprender. Ronnie está orgulloso de su amigo de "migra". Al levantar su copa dijo algo que todos recordábamos:

― Me siento, escucho, ¿si?

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Nota: no se llaman Obute ni Ronnie, ni yo soy de esa cuadrilla, pero la historia es real.

MvM

viernes, 15 de agosto de 2008

Decir y callar

Digo "adelante" y callo mis reservas. Solo necesitas que alguien te diga lo que ya sabes, que tienes que seguir.

Te digo "ánimo" y no te hablo de mis impotencias, que no te ayudarán.

"Puedes hacerlo" digo y no digo lo que a mí me cuesta hacer.

Para que no te rindas, te digo "todavía un poco mas" y no cuento que casi me he dicho "ya, no mas".

Decir y callar, casi es lo mismo.

em

viernes, 8 de agosto de 2008

Anselmo

¿Recordáis a Anselmo, el jubilado amargado? Creo que hasta él mismo cree ya que esa amargura que le oprime el corazón es angustia por sentirse ninguneado y por sentir ya en la nuca el susurro del frío aliento de la Parca, pero no son esos los motivos. La losa cuyo peso soporta está compuesta de miedo y otros sentimientos a los que él es incapaz de dar nombre, pues se niega a reconocer remordimientos, arrepentimientos o cargos de conciencia, pero sobre todo de miedo por no saber cómo deshacerse de esas sensaciones.

Hace mucho tiempo, cuando Anselmo estaba en su plenitud física pero no conseguía mantener con facilidad a su esposa y a sus dos pequeños hijos, el único medio que encontró para llevar mas dinero a casa fue dar palizas por encargo. Eran tiempos duros, la posguerra de miseria y plomo. No informó a nadie, ni a su esposa. No se sentía orgulloso, tampoco culpable; era un trabajo, punto. El único que tenía conocimiento de ello era Tomás, un tabernero que le ofreció el... digamos empleo, y que era a quien realmente le encargaban los trabajos.

Esas veces, cuando Anselmo aparecía por la taberna, Tomás le ponía el vaso de vino y le explicaba que debía hacer y discutían cual era la forma mas eficiente de hacerlo. No eran trabajos sofisticados, solo palizas acompañadas del aviso pertinente: "para que te acuerdes de Mengano y dejes en paz a su mujer", "Fulano, que a ver cuando le pagas las deudas", "tu padre dice que eres un golfo y que no se te ocurra volver por casa ni pedirle dinero a tu madre, cabrón".

El método era sencillo. Después de la jornada en el taller, Anselmo pasaba por casa a cenar y un rato después salía alegando que había encontrado alguna chapuza como fontanero para conseguir algo de dinero extra. Esperaba a su víctima en algún lugar solitario vestido con el buzo del taller y armado con un trozo de cañería (la primera llevó una llave inglesa y la perdió al alejarse de allí corriendo, un tubo era menos problemático y mas barato); para dificultar ser reconocido se embadurnaba la cara con grasa, como cualquier trabajador mecánico. No es necesario que cuente lo que ocurría después.

Era un buen asunto, los ingresos eran buenos y le permitían mantener con holgura a la familia, no solía haber denuncias, nadie sospechaba de él y tampoco era algo que hiciese todos los días. Hasta el día fatal en que uno de los apaleados, una vez pasada la sorpresa de los primeros golpes, se abalanzó contra él, haciendo de la paliza una pelea entre iguales. Los golpes de tubo, habitualmente medidos y controlados (alguna costilla rota y unos cuantos moratones, una vez un brazo fracturado), se transformaron en un ciclón de furia ciega. Cuando cesó la paliza, Anselmo se tenía en pié apoyándose más en su instinto que en sus piernas, miraba a su alrededor como un lobo, las pupilas dilatadas, los dientes apretados, el corazón golpeándole el pecho, la respiración salvaje. El otro era un bulto en el suelo con un charco de sangre nimbándole la cabeza.

Una sombra fugaz desapareció por una esquina. Alguien había visto aquello. Anselmo creía saber quién era, y no se equivocaba. No se sintió capaz de correr tras la sombra: con una muerte en su cuenta ya tenía bastante.

Habló con Tomás sobre esa noche y ese trabajo y los dos estuvieron de acuerdo en que era mejor abandonar esa actividad. No le dijo que le habían visto.

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La primera parte de esta historia me la contó la señora Engracia, mi abuela, la que durante muchos años fue la costurera del barrio, cuando creyó que sus facultades mentales comenzaban a avisar del declive.

― Mario, quiero que me descargues de algo que llevo encima desde hace mucho― y me contó, en esencia, lo que habéis leído hasta ahora.

― ¡Abuela! ¿Y no lo denunciaste?, ¿quién mas los sabe?, ¿lo contaste en secreto de confesión?

― Mario, pareces imbécil ¿para qué lo iba a denunciar o decírselo a nadie? Aquel tipo no iba a resucitar y el otro bastante tenía con llevar eso encima y rumiarlo toda su vida. Y confesarlo ¿con quién?, ¿con el padre Julio, que siempre fue aún mas simple que tú? No, yo ya he arreglado mis cuentas con el de arriba por mi cuenta, sin intermediarios, y me importa un pito que seas un descreído y te parezca una bobada. ―  me contó lo que había visto aquella noche y dejó su conciencia limpia para ir al mas allá. En eso se equivocó totalmente, porque todavía nos tuvimos que aguantarnos mutuamente durante algunos años, hasta que falleció de una pulmonía y sin signos de demencia senil.

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Otra parte la conocí a través de un amigo periodista que, a cambio de mucha vaselina, alguna cerveza y de estimular su curiosidad, investigó en la hemeroteca del diario para el que trabajaba y en los archivos policiales y judiciales. Encontró noticias sobre algunas de las pocas palizas que se denunciaron, alguna sobre el misterioso delincuente nunca identificado y algo mas sobre la investigación sobre el asesinato. El primer policía al que se lo asignaron fue el teniente Benítez, cuya mayor virtud era la constancia y su mayor defecto la falta de perspicacia; su línea de investigación consistió en interrogar "hábilmente" a todos los delincuentes conocidos habituales y amenazar veladamente a los vecinos, todo ello sin resultado; a Tomas y Anselmo, por lo que encontró mi amigo en los archivos. Cuando el asunto fue perdiendo fuerza se lo encargaron al recién ascendido comisario Bau, quien es posible que hubiese descubierto a Anselmo si hubiese tenido el caso desde el principio, pero para entonces ya nadie sabía ni recordaba nada y el expediente fue relegado y perdiéndose.

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Una tarde que Anselmo estaba en el bar, sentado en silencio en un rincón y mirando fijamente su vaso de vino, que normalmente no le servían, como si lo vigilase para que no desapareciese, no sé por qué, me senté a su lado y con la sensibilidad que me caracteriza le pregunté por el asesinato.

A pesar de su edad y sus achaques, me miró como un tigre a quien le tiran del rabo ¿quién dijo que los viejitos son dulces? Al momento se tranquilizó y me dijo

― Claro, tu eres el nieto de la costurera ― y con eso debió creer que lo había explicado todo porque volvió a mirar el vaso como si allí estuviese escrito todo lo que no contaba.

― Ahora ya no tiene que preocuparse, es muy mayor y no pueden encerrarle. Si le sirve de algo, solo lo sabíamos mi abuela y yo, nadie mas.

Me miró como pensando si debía decirme algo o mandarme al cuerno y al rato me habló

― Mejor sigue callado, como hasta ahora; no quiero que se sepa. A mi ahora ya no me importa, pero no creo que a mi hija le gustase que la digan que es hija de un asesino. Tampoco creo que el difunto dejase ningún ser querido ni nadie a quien le importase; era bastante mala persona y no recuerdo que tuviese familia. Al principio me sentía acosado; creía que cualquier policía o guardia civil que andase cerca venía a por mí, como lobos cercando a un ternero. Pensé si tendría que deshacerme de tu abuela, pero nadie daba señales de saberlo, luego supuse que no me había reconocido o que no contaba nada; cuando me crucé alguna vez con ella no mostró miradas huidizas ni recriminatorias. Luego fue un malestar por el ejemplo que podría ser para mis hijos si se enteraban;  solo tuve algunos ataques de angustia y algunas pesadillas donde el muerto levantaba la cabeza y se reía de mí con  la sangre brotándole de la boca. Desde entonces vivo con ello, nada mas; sé que no me han cogido ni me van a coger, solo siento algo que no es remordimiento y que hasta ahora no sabía qué era. Sigo sin saberlo, pero sé como quitármelo de encima... igual que tu abuela, dejando que seas tú quien piense en ello una vez que te lo cuente.

El desgraciado de él me contó los sórdidos detalles y se quedó fresco como una rosa. Levantó hacia mí su vaso, me sonrió y dijo ― Fin, a partir de ahora es cosa tuya si lo cuentas o no, si lo sueltas o te lo comes, je, je.

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Y yo os lo cuento con la esperanza de que seáis vosotros quienes penséis en ello, pero creo que como mi abuela sabía bien, no soy lo bastante listo como para deshacerme de ello y seguiré intentando obtener alguna conclusión ética o estética de esta historia. A Anselmo ya no le importa nada; falleció la semana pasada después de haberse reconciliado con todo el barrio. Últimamente era bastante mas tratable; sonreía a la gente y se había hecho amigo del perro, al que sacaba a pasear sin que se lo pidiesen y al que daba golosinas a escondidas de su hija.

MvM

miércoles, 16 de julio de 2008

Buenas intenciones


Mis tres o cuatro lectores ya sabéis que en este blog no hay casi nada cierto, pero esto sí lo es.

He recibido en el e-correo una nota de uno de vosotros que, con muchísimo cuidado para no hacer sangre, me ha dicho, mas o menos, que si pienso vivir de escribir es mejor que lo olvide. Respuesta: bien claro está en la cabecera, “esto no es literatura”. Solo lo hago porque me gusta leer y escuchar historias, anécdotas, relatos y todo aquello que cuente una historia.

No soy un fino y sofisticado degustador de libros y me fio más de lo que me gusta que de lo que me venden, pero creo que sé distinguir lo que es bueno. En todo caso, conozco y lamento mis limitaciones.

A ver, clarito, ESTO NO ES LITERATURA y creo que haríais bien en tomarlo como esas cosas intrascendentes que nos contamos unos a otros a lo largo del día y que no merecen ser recordadas.

Agradezco al interesado su preocupación por que no me sienta defraudado, pero lo que no se espera no se anhela y no espero comentarios elogiosos.

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Creía que lo había publicado cuando comencé este blog, pero he revisado las entradas y veo que lo olvidé:

Principios de "se non è vero"

  • Esto no es literatura.
  • Casi nada de lo que aquí aparece es cierto.
  • Todo es propio. La excepción es el comodín de la cabecera, que es de Heraclio Fournier.
  • Como todo es mio, todo es gratis. No hay derechos de autor ni nada parecido. Si algo te interesa, tómalo. En cuanto al bufón, si el señor Fournier no se ha molestado porque yo lo cogiese, no veo porqué iba a molestarle que lo tome otro.

domingo, 13 de julio de 2008

Viven entre nosotros

Esta tarde ha aparecido Simone por el bar; como siempre que viene por aquí, me ha hecho una visita. Voy a contaros como la conocí.

Hace tiempo tuve que ir a Vigo por motivos familiares. Como no podía tomar días libres y tampoco tenía gana de conducir tantos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, me pareció adecuado tomar el tren nocturno e intentar dormir algo durante el viaje.

Llegué con tiempo y ocupé mi sitio en el convoy: coche 101, departamento 3, plaza 303. Saqué de la bolsa los dos libros con los que pensaba ocupar el tiempo hasta amodorrarme y los hojeé por encima. Uno de ellos era un tratado sobre numeración finita que me veía obligado a consultar para resolver unos problemas en un seminario que estaba impartiendo. El otro era un ejemplar de bolsillo de "Un ojo de vidrio (memorias de un esqueleto)", de Castelao, que me habían regalado hacía tiempo y aún no había abierto ¿qué mejor para un viaje a Galicia que un texto del padre del gallegismo?, ¿qué mejor que un libro que no llega a las ochenta páginas para leer entero antes de dormir? El ruido de la estación, la falta de mesa, la luz inadecuada para un texto en letra pequeña,... me decidieron por el relato; el libro de texto ya lo ojearía en el hotel, pues a pesar de la insistencia de mi tía y asustado solo de pensar en ella desviviéndose por cumplir como la perfecta anfitriona de familiares, me excusé y tomé habitación en un hotel.

No había leído tres páginas cuando llegaron, casi al mismo tiempo, mis compañeros de viaje. La primera en aparecer parecía la Miss Sayer de "la reina de África", una inglesa de opereta: larguirucha, pecosa y pelirroja; vestía de forma informal pero igualmente seudo británica, una chaqueta de tweed con coderas. Aparentaba tener entre treinta y cuarenta años, imposible precisar más. Se presentó como Simone, residente en A Coruña y en Madrid, según le viniese mejor. Inmediatamente se estableció entre nosotros una corriente de simpatía.

Seguidamente entró en el departamento una matrona de aspecto severo que apenas saludó con un "buenas noches tengan ustedes" y se sentó, muy tiesa, frente a mí. No nos dijo su nombre, y aunque no me miraba, su actitud, tan estirada, tan quieta y tan pálida como una figura de cera, me puso muy nervioso. Vestía ropa oscura bastante anticuada, aunque no se apreciaba desgaste por el uso y se veía que era de calidad. Completaban su atuendo un collar de perlas como nueces que juraría que era auténtico y algunos anillos de pedrería con aspecto de valer más que muchos de mis salarios.

El último en instalarse fue un tipo maduro de aspecto desbordante, no por su volumen, sino porque parecía bullir continuamente, no paró ni un momento de hablar y moverse. Este si se presentó; dijo ser el marqués de Abredes, tan satisfecho de sí mismo como si nos hubiese revelado que era el arcángel San Gabriel y que venía a proporcionarnos las claves para entrar en el paraíso. Era peculiar también en su atuendo, con ropa totalmente nueva y ostentosa, todo con un par de centímetros de desfase: los zapatos con una puntera ligeramente excesiva, el pantalón algo ajustado, la camisa un pelín estridente y con el cuello abierto un botón de más, mostrando una mata de pelo negro sobre un pecho amarillento, reloj, pulseras y anillos bastante cargados de oro, el pelo ralo por encima y con caracolillos engominados en el cuello. Todo el parecía tener la consistencia y el brillo del sebo.

Cuando cesó el trajín de bultos y maletas y cada uno de nosotros estuvo en su asiento, volví a abrir mi libro intentando evitar conversaciones sobre el tiempo o sobre quiénes éramos ya a qué nos dedicábamos pues mi profesión y procedencia nunca han sido uno de mis temas favoritos y, aunque sentía curiosidad por Simone, que me parecía una persona interesante, el precio a pagar hubiera sido enterarme de quienes eran los otros dos y además explicar quién era yo, así que dejé para más adelante la conversación a la espera de que se presentase otra ocasión. Aunque a toro pasado es fácil decir que ya los veía raros, ciertamente es que lo eran; tanto por su aspecto como por su forma de hablar o su comportamiento no parecía que se pudiese confiar en ellos para nada.

La matrona se limitó a farfullar para sí algo sobre la mala educación, pero el pequeño libro no fue obstáculo para la facundia del marqués, que hizo algunos comentarios sobre la conveniencia de leer con tan poca luz y una obra tan poco adecuada para hacerlo de noche. Debo explicar para quien no lo haya leído, que es un cuento cómico bastante macabro sobre la vida de ultratumba, con esqueletos que juegan con cráneos de niños y muertos vivientes, y con una carga social pretendidamente demoledora pero que ahora nos parece bastante inocente y lineal; en todo caso, una obra curiosa. Y sobre esta base, el marqués nos hizo partícipes de algunos lugares comunes y consejas de pueblo sobre los misterios de la noche, la más inquietante de las cuales era que "los vampiros existen, vaya que sí, si yo les contase...”, a lo que la matrona respondió que "si no sabía de lo que hablaba, debería callarse y si lo sabía, debía callar con más motivo", enzarzándose en una discusión que solo ellos eran capaces de seguir. opositeEl marqués dirigía a la matrona miradas como dardos desde las rendijas de sus ojillos enrojecidos; la matrona le taladraba con unas miradas fijas desde unos ojos sin más expresión que su dureza. Simone, que seguía con curiosidad y descaro los acontecimientos (solo le faltaba tomar notas) me miró significativamente y salió en dirección al vagón cafetería; tras unos momentos emití un tímido "disculpen" y también salí huyendo de la batalla que se adivinaba.

Cuando aparecí en la cafetería con aspecto de gato escaldado, me obsequió con una sonrisa y con un carajillo que me había pedido, previendo que no íbamos a poder echar una cabezada con aquellos dos elementos compartiendo nuestro espacio. Me contó entonces algunas cosas de ella. No, no era inglesa, sino gallega por su padre y normanda por su madre. Impartía antropología en una universidad en Madrid y, según ella, compartíamos el sello característico de muchos profesores, a lo que atribuía el mutuo interés que nos habíamos mostrado. La panocha de su cabeza y el aspecto de noble rural británica que exhibía también eran otra razón para interesarme por ella, pero lo callé, pues parecía que iba a ofrecerme una monografía conversacional y me apetecía escuchar a alguien con cosas que decir y que no me obligase a demasiadas respuestas.

Durante un rato la conversación, como no, fue sobre nuestros compañeros de compartimento. Simone, viajera habitual de esa ruta, los había visto otras veces aunque nunca había compartido recinto con ellos ni los había vistos juntos. Después seguimos hablando sobre nuestros trabajos, cuyo único punto en común era el de desarrollarse con alumnos universitarios: ella era catedrática y yo profesor eventual; su campo era la humanidad imprevisible y el mío las matemáticas exactas; ella progresaba en un trabajo de campo y yo me limitaba, por el momento, a dar clases; ella publicaba habitualmente y era invitada a dar conferencias y seminarios, mientras que yo tenía bastante con que se acordasen de mí en el claustro y en mis clases; me consuela saber que aún tengo bastante carrera por delante. Me contó que su investigación actual era, precisamente, acerca de los mitos sobre muertos vivientes en Galicia y el norte de Portugal, y que, aunque el libro que yo estaba leyendo no tenía conexión directa con su labor, lo había leído por no dejar ningún elemento potencialmente útil sin revisar. Y así proseguimos el viaje, entre anécdotas, cafés y silencios, sin osar regresar con aquellos ogros, respecto a los cuales Simone, entre dos chupitos de orujo, dictaminó que debían de ser vampiros. Apoyaba su opinión, aparte de en el orujo, en varios puntos que científicamente me expuso por orden: a) sus facciones eran anormales, la tez de la matrona como cera y la del marqués como de pollo seboso, sus ojos crueles y carentes de vida; b) los dos se habían puesto nerviosos al hablar de los muertos vivientes, como si se hubiesen visto sorprendidos; c) se comportaban como si fuesen superiores a cualquiera de nosotros, pobres humanos mortales; d) etc.; e) más etc... Aquellos "científicos" argumentos alcohólicos no me convencían nada, tal vez fuese mi formación en ciencias exactas, pero como el juego dialéctico se prestaban a argumentar, argumenté que vale, que seguramente por eso viajaban en tren nocturno del que seguramente se apearían antes de que amaneciese para regresar a sus mausoleos, que en dos personas de cierta edad hubiera sido normal ver alguna colgante en forma de cruz o una medallita de San Cristóbal y que era anómalo que no llevasen nada de eso, que me había parecido que la matrona tenía colmillos algo más aguzados de lo habitual, y tantas otras tonterías que nos hicieron viajar entretenidos, aunque mi estado de ánimo oscilaba entre inquieto y asustado cada vez que recordaba a aquellos de los que habíamos huido.

A pesar de que la conversación era amena y la compañía muy buena, me arriesgué a volver para coger un jersey de mi equipaje. No pude llegar al compartimento, pues había un gran barullo y todo el pasaje estaba en el pasillo intentando enterarse de qué ocurría pero sin acercarse demasiado, pues de allí venían voces, golpes, gritos salvajes, ¡humo!, un ruido sordo parecido a una explosión, fogonazos y un cegador resplandor rojo que invadió el pasillo. Aquella algarabía, incrementada en la que hacían los curiosos, no me hacía olvidar la preocupación por mi maleta, en la que se encontraba un sobre con el regalo para los primos, que maldita la gracia que me había hecho retirar de mis escasos ahorros ―en la invitación, precavidos ellos, ponía expresamente "rogamos que si pensáis hacernos algún regalo, sea dinero en efectivo"― y algunos materiales para preparar unas clases cuya reposición me supondría bastante tiempo y trabajo. Todo ello duró unos minutos, lo que tardó el convoy en hacer la parada de Zamora y que tomasen el vagón unos policías cuya presencia dispersó al momento a los curiosos. Aproveché que el pasillo había quedado expedito para, superando mis temores, ir a recoger mis cosas. Me quedé estupefacto cuando entré allí, con dos butacas quemadas, paredes hundidas por golpes, algunas maletas reventadas y desparramadas, olor a fósforo, los despojos de una batalla inhumana y feroz. Seguidamente me encontré detenido (retenido) por dos agentes que, amables pero inflexibles, me condujeron junto con mi maleta y mi portafolios a la comisaría de la estación, donde me dejaron en manos de otro agente que deduje por sus estrellas que era su superior. No había ni rastro de aquellos dos, como si se hubiesen convertido en humo.

El policía hizo las inevitables bromas sobre mi apellido y si iba a decir la verdad, pero tal como se iba desarrollando la noche, con falta de sueño y entre sobresaltos, ignoré las bromas y permanecí con cara de póker a la espera de que me preguntasen lo que me tuviesen que preguntar y me dejasen continuar el viaje. Esperaba quedarme en tierra y tener que seguir hasta Vigo en otro tren, en taxi o con cualquier otro contratiempo no previsto, pero solo me preguntaron si conocía a la matrona o al marqués, que habían dicho y hecho mientras permanecieron en el tren y si mi equipaje era mi equipaje: contesté, me devolvieron mis cosas, milagrosamente ilesas excepto a un cierto olor a humo, y me pusieron en manos del revisor para que me acomodase de nuevo, pues el tren se había retrasado al tener que sustituir el vagón averiado y reubicar a los pasajeros.

El factor del ferrocarril, un señor mayor, no respondió a mis preguntas más que con evasivas: esos ya no volverían a meterse con nadie... estaban en el lugar del que no hubieran debido salir... si, les conocía y no, nunca le habían gustado. Me dejó en mi nuevo asiento deseándome que durmiese y se alejó a tender a otros pasajeros.

Y llegué a Vigo. Al apearme del tren vi a Simone, que cuando me vio me invitó a desayunar.

― ¿Qué tal la noche, o lo que te han dejado de noche?

― Ajetreada. Es que he dormido poco y no tengo la cabeza muy clara, te parecerá una tontería… pero… ¿realmente serían…?

― ¿Qué, vampiros? Casi. Son aterradores y viven de chuparles la vida a otros, pero no son muertos vivientes. La señora es Doña Rosa, una usurera bastante conocida en casi toda Galicia por su reputación de intransigente, por su dureza en los plazos e intereses y por su costumbre de envíar matones a cobrar a los morosos. Había desaparecido una temporada porque se le suicidó un cliente, que no es el primero, pero es el primero que ha salido en las noticias. El marqués no es tal, pero compró un pazo y desde entonces se presenta así. Este se dedica a cualquier actividad que dé dinero en cantidad, como el transporte y tráfico de estupefacientes, tratos con las mafias rusas, vigilancia y asesoramiento para pateras, robo de almacenes y camiones y cualquier otro que se te ocurra, así como los correspondientes negocios legales para blanquear lo anterior. A ambos los estaban buscando, a la doña, además de por sus negocios, por los métodos con que reclamaba los pagos, pues más de una vez se les ha ido la mano; a él por … por todo. Su prepotencia les ha perdido; ninguno fue capaz de dejar pasar las provocaciones del otro. Ahora están en el hospital, esposados a sus respectivas camas hasta que los trasladen a un penal.

― ¿Y los fogonazos y las luces?

― El marqués, que llevaba una pistola de bengalas. No necesitan licencia y siempre puede alegar que la había comprado para dejarla en uno de sus barcos. Una forma de ir armado sin llevar un arma.

Cada momento que pasaba me sentía más pardillo ― Y, si ya lo sabías… ¿por qué me has dejado creerlo?, ¿y todos esos detalles?

― Pobre Mario. Era una broma que se me fue de las manos. ¿No creerás que sabía que iba a terminar así? Te lo resumo: sabía quienes son y a lo que se dedican, en Galicia es vox pópuli. De lo demás me he enterado mientras estaba "distraída" al lado de unos agentes que habían salido al andén a fumar.

― Soy un ingenuo, pero me alegro de serlo. Mi mundo es mucho más sencillo.

― Venga, Mario, no te enfades; ya me he disculpado. No me dejes así, seamos amigos.

Y así es como conocí a Simone.

MvM

domingo, 22 de junio de 2008

La prima Paula

 

Hola. Soy Julia de nuevo. Le estoy cogiendo gusto a este blog. He chantajeado a Mario y le he secuestrado su espacio.

Después de lo de Anselmo (por cierto ¿como llegó aquí ese texto?), un viejo realmente desagradable, me gustaría escribir algo más amable; voy a hablaros de mi prima Paula.

Comienza el relato

Mi abuelo materno adquirió una caserón en la costa que usamos toda la familia. Todos los veranos hay un trasiego contínuo de tíos y primos, y hasta que murió el abuelo aquello era una gran tribu. Mucha de mi niñez y juventud está entre sus paredes: la cuadrilla del verano, los primos, los perros, la playa y las excursiones. Ahora está comenzando la siguiente generación de niños, pero son aún muy pequeños. Ojalá pasen allí tantos buenos días como yo.

El pasado fin de semana estuvimos allí y coincidimos con Paula, mi prima, y Javier, su chico. También pasaron por allí otros primos, pero apenas los vimos.

El sábado a mediodía Pedro y Javier se fueron a pescar, que en esencia es poner la caña y recostarse al lado a sestear, es decir, si cambiamos la caña por la toalla, lo mismo que hacemos nosotras en la playa. Paula y yo subimos al desván a buscar "tesoros". Después de tanto tiempo, todavía encontramos alguna cosa cuando escarbamos por allí.

Esta vez le han tocado el turno a las fotos. Paula encontró encima de un armario una caja que nunca habíamos visto. Cuando la abrimos encontramos varios álbumes y paquetes de fotos de varias épocas y supusimos que había sido la madre de Paula quien, en un rapto de orden, había juntado y ordenado someramente todas las fotografías que había encontrado por la casa. Muchos veranos y mucha familia resumida.

Fotos antiguas

La colección mas antigua tenía el aliciente de tener que reconocer a los retratados. Allí estaban las fotos mas antiguas de la familia, con los abuelos del abuelo en poses hieráticas, posando con sus mejores ropas ante una cámara de cajón, con algún fogonazo de magnesio y algún retoque a pincel. Los padres del abuelo, con vestidos algo más modernos pero en actitudes parecidas. Y los abuelos, en unas fotos posando con todos sus hijos, niños entonces, y en otras, más modernas, en actitudes mas desinhibidas.

Los tatarabuelos fueron gente trabajadora, de las que hacían lo que tenían que hacer, con la excepción temporal del del abuelo Mariano que, aún cuidando de su familia como hasta entonces y trabajando todo el día en su negocio de transporte marítimo, tuvo una amante. Al abuelo no le hacía gracia hablar de ello pero parecía comprensivo con la situación . Según él su abuela Amelia perdió el juicio por unas fiebres y su abuelo, más que una amante, buscó una compañera joven que le devolviese la esperanza y la alegría que casi había olvidado. Mis padres dicen que el abuelo trataba con cariño a aquella mujer, como si tuviese otra abuela. Por supuesto que debió haber habladurías en el pueblo, pero los vecinos en general fueron comprensivos, siempre según el abuelo y mis padres.

Nuestros padres

Otro album completo lo formaban las fotos "oficiales" de nuestros padres y tíos: bautizos, comuniones, bodas y otros eventos. Allí estaban nuestras propias madres con toga y birrete -y con unas estupendas permanentes de estilo casco- orgullosas de su licenciatura.

El tercero, y último de los que tenían cierto orden, mostraba a las mismas personas del anterior, pero con una visión distinta. Era el lugar donde encontrar fotos del Vespa Club, de meriendas multitudinarias y paellas en el campo; algunos hippis y existencialistas que ahora se reirían de ellos mismos en actitudes tan trascendentes, las primeras fotos de todos los primos gateando o jugando en el jardín, o haciéndoles judiadas a los perros, ...

Si tuviese que seleccionar una de estas fotos, elegiría una de colores desvaídos de los padres de Paula con ella y Luis, su hermano Alberto, acompañados de los niños de un colegio. La historia de esta foto es que el autobús que llevaba a los niños de excursión a la playa tuvo una avería -estamos hablando de unos tiempos en que no era tan fácil como ahora recurrir a los coches o traer otro autobús o un repuesto- en mitad de un aguacero -vaya día de playa- y los tíos invitaron a los profesores y a los niños, y también al conductor, a pasar a la casa, llamar por teléfono y tomar algo caliente. Y seguidamente se ocuparon de organizar un espectáculo de marionetas, disfraces, payasos y juegos con los medios de que disponían. La foto está hecha cuando escampó; los niños parecen habérselo pasado bién, los profesores y el conductor tienen una sonrisa de oreja a oreja, Paula y Alberto parecen contentos pero con cara de ¿qué ha pasado? y los tíos tienen, con disfraces y maquillajes caseros, tan mala pinta como todos los demás, pero sonríen felices y parecen agotados. Una bonita imagen. Muchos veranos después aún pasaban por la casa algunos de los participantes en aquella excursión preguntando por los tíos.  

Y luego había colecciones (algunas simplemente atadas o en sobres) de todo tipo cuyo elemento común era que todas eran de nuestra generación. Los primos: Paula, Gloria, Paul, Alberto, yo misma y otros que no nombro para no liarlo más y que actualmente viven lejos y no vienen nunca. Y con nosotros, el resto de los componentes de la cuadrilla del verano: Julián, María, Laura, Felipe, el otro Alberto, Javier -el que estaba pescando- y chicos y chicas que apenas recordábamos. En las más recientes ya aparecía Pedro.

Cuando estábamos repasando estos paquetes, aparecieron los chicos. Pedro planeó sobre la escena como un halcón, cogió una de las fotos que estaban sobre la mesa y, medio en serio medio en broma, se la dio a Javier -toma, siempre debió ser así. ¿Vamos a tomar una cerveza? Los demás tardamos unos segundos en apercibirnos de lo que había hecho y para que ustedes también lo sepan se lo voy a explicar, pero eso requiere que les cuente cosas sobre Paula y Javier, que es lo que voy a hacer.

Paula y Javier

Javier no veraneaba en el pueblo, vivía en allí. Su madre murió cuando él tenía seis años y su padre le había cuidado y educado con más cariño del habitual. Francisco, el padre, se llevaba muy bien con todos nosotros, que entrábamos y salíamos de su casa como si fuese propia. Tampoco tuvo nunca ningún reparo en preocuparse de nosotros o abroncarnos como nuestros propios padres. Tenía una librería en la ciudad y Javier iba al colegio también en la ciudad, con algunos de nosotros. Todos los días ambos tomaban el tren para ir cada uno a sus ocupaciones y a mediodía comían juntos en un restaurante, el hombre frente al niño, el hijo frente al padre. Se puede decir que el cuarto de estar de Javier fué la librería, y lo sigue siendo pues ahora que es Javier quien la regenta y su trastienda es uno de nuestros centros de operaciones. También tiene una imprenta y copistería industrial cuyos beneficios, según él, son los que mantienen la librería, que es lo que realmente le gusta. Javier es un tipo entrañable al que se le coge cariño enseguida. Es un largirucho de pelo claro que habla poco y sonríe mucho y, lo más importante para esta historia, desde siempre ha estado enamorado en silencio de Paula. 

Durante toda su niñez y adolescencia Paula fue una chiquilla sería, pálida y larguirucha. Aunque le dolía, nunca hizo mucho caso de los que se metían con ella, y ahora que es una mujer brillante y muy hermosa, tampoco necesita ninguna revancha. Es muy alta (según ella 170 cm., pero juraría que lo dice para no ofender. Calculo más de 175) y esbelta, tiene un tipazo que suele esconder, o eso cree ella, con tejanos, camisetas y deportivas, piel clara, ojazos azul profundo y pelo negro. Hizo una brillante carrera de economista en París con una beca y cuando volvió, el patito feo era un hermoso cisne y una cotizada profesional. Siempre hemos estado unidas, desde niñas. En la adolescencia, cuando la prima Gloria nos birlaba todos los chicos, o más bien me los birlaba a mí, porque Paula estaba convencida de que era una flaca no deseable y que Javier era solo un buen amigo, que siempre estaba atento a lo que ella quería porque era un buen chico; a veces daba lástima verle detrás de una chica tan cegata. ¡Como ha cambiado! Ahora sabe que impone con su presencia y con su profesionalidad. A veces la vemos con ropa de "negociar", como ella dice, que consiste en ponerse tacones de aguja, traje pantalón oscuro, blusa de seda, maletín, gafas y el pelo recogido; el efecto es que pasa de Heidi a Cruella de Ville en un momento, pero para nosotros sigue siendo mi prima y seguimos riéndonos, compartiendo los buenos y malos momentos y haciendo tonterías juntas.

Creo que me estoy desviando. Había dejado a Paula estudiando en París IX Dauphine. Allí, ya convertida en una muchacha preciosa, conoció a su futuro esposo, un muchacho de familia rica al que le pareció que Paula podría ser un buen trofeo. Se casaron el Los Jerónimos, en una ceremonia a la que asistió lo mejorcito de la alta sociedad. Las bases no eran buenas y ese matrimonio solo aguantó unas cuantas disensiones acerca de la conveniencia de que Paula olvidase su carrera para convertirse en una esposa decorativa ideal y unas pocas infidelidades de niño pijo y consentido. Cuando Paula cayó de la nube, renunció a tratar de salvar algo porque no había nada que salvar, todo era vacio: apariencia, lujo y bonitas palabras.

Paula volvió a casa de sus padres para poner en orden su vida. Buscó un trabajo y un apartamento y volvió a salir conmigo, y con Pedro, que ya vivía conmigo; ambos se hicieron amigos enseguida. Mi prima seguía bastante triste; se centraba en su trabajo, procuraba no hablar de sus penas y convivía con sus malos recuerdos ... hasta aquel día.

Estábamos citados los tres en una cafetería del centro (en La Fragata ¿os suena?). Paula y yo ya estábamos instaladas en una de las mesas cuando apareció Pedro acompañado de Javier, a quien no habíamos visto desde que Paula había vuelto. Antes de que pudiésemos salir de nuestra sorpresa dijo -según venía he recordado que tenía que comprar un libro y en la librería he encontrado a Javier y le he pedido que viniese a tomar algo con nosostros-. Para entonces ya no le estábamos escuchando ninguno de los tres. Paula y Javier solo se veían a ellos y tenían demasiadas cosas en el pecho para hacer caso a nadie más; yo estaba estupefacta de aquel celestineo de mi chico que él no tenía ninguna intención de desmentir, ni siquiera se molestó en explicarme por qué no traía ese libro que había ido a comprar. Más tarde le pregunté por lo que había hecho y su respuesta fue que no se puede dejar a alguien sufrir cuando es tan fácil evitarlo, y que si era un celestino pues vale, que viviría con esa cruz. Cuando me dice esas cosas tan serio como si estuviese en un juzgado me entra la risa y no puedo enfadarme con él, pero es que además tenía razón. Paula y Javier son ahora la pareja mejor avenida que conozco y creo que están pensando en hacernos tíos.

Creo que ya es hora de volver al punto donde empecé. La foto con la que comencé esta disgresión mostraba a unos Paula y Javier adolescentes jugando en la playa. Parecía que siempre hubiera sido novios, pero esa foto era solo un producto del azar; Paula me confesó que solo fué capaz de ver de verdad a Javier cuando Pedro se lo puso delante.

No sé si lo que más me gusta de Pedro es su intuición o su osadía.

Julia

Nota

He vuelto a publicar en mi otro blog, lo que no quiere decir que deje este.

martes, 3 de junio de 2008

Jubilados

¡Ajum!,¡ajum! vaya mierda de dia. Como a un perro me han echado a la calle -¡hala!, padre, vaya a comprar el pan ... saque a pasear al perro ... ande, déjeme arreglar la casa- como si molestase tanto en la cocina. Cuando eres viejo ya no te quiere nadie. Ni la hija ni el yerno, otro imbecil, que como trabaja con corbata cree que es mejor que yo. Mi mujer si que era buena; cuidó de sus padres y de los mios hasta que se murieron y de nuestra hija, y del chico, que no quiere saber nada conmigo, y de mí, que cuando volvía a casa tenía la comida en la mesa y casi nunca tenía que enfadarme. ¡Mírame ahora!, que tengo que aguantar a estos dos porque la pensión no da para más, que si no ... Solo me quiere el perro, y no hay manera de quitármelo de encima, ¡chucho meon!

Hala, a la puta calle. Qué diferencia con los tiempos en que era el mejor tornero del taller, cuando los aprendizes andaban detrás de mí para que les enseñase, que les enseñaba lo justo, no fuese que algún trepa me quitase el puesto, y el jefe no tenía cojones para decirme nada.

Tampoco puedo ir a los bares del barrio porque no me quieren poner un vino. En algunos no me dejan entrar porque dicen que no quieren borrachos y menos borrachos que no pagan. ¿Si ya saben que les pago en cuanto me llega la pensión!

-Buenos días, Anselmo.

-¡Ah!, buenos días- ¡imbecil!, ¿qué buenos días ni que gaitas?, como si fuesen buenos ... que con esta humedad la reuma me está jorobando, que ni puedo casi levantar el brazo para ponerme la boina. Voy a acercarme al Hogar del Jubilado, con los demás viejos. Estas son las únicas mujeres que me hablan ahora, y son unas ñoñas. En mis tiempos si que había mujeres, mujeres, ... Me estoy acordando de la Lupe, que trabajaba de puta, pero ¡que mujer!

-Hola Anselmo, ¿cómo está?

-Jodido, como siempre. Y tú, atiende a lo tuyo, que ya tienes bastante- Es que si no les paras, esta gente en seguida se toma confianzas. Sigue con tus cosas de conserje y déjame en paz, que yo no me meto en tus cosas. En cambio, la asistente social, la Loli, con esa si que tendría un asuntillo, que ya hay pocas mujeres con las cosas en su sitio, grandes y hermosas, que haya donde pillar.

-Anselmo, ¡ya está bien!, deje de mirarme el culo, y ni se le ocurra intentar tocármelo como al descuido, que el otro día no le solté un guantazo por no desgraciarle.

-¡Bah, bah!, imaginaciones tuyas, aunque ... si quisieras, ya te enseñaba lo que es un hombre de verdad.

-¿Un hombre?, una momia. ¡Venga hombre!, no sea desagradable, que ya cansa.

-Si señorita, un hombre de verdad, con noventa y cinco años, pero un hombre.

-Y encima coqueto. No se ponga años, que solo tiene noventa y uno.

No sé por qué vengo aquí. No hay mas que viejos blandengues y babosos. Mira a esa ... con el rollo de los bailes, que parece que tenga quince años, o esa otra de la calceta, ¿le quedará en casa algún rincón donde poner un tapetito? o a lo mejor los apila en un cajón. Y los viejos, como ese de ahí jugando al dominó. Hasta el mus nos han quitado. O aquel, que hace mariconadas de trabajos manuales y hasta los enseña orgulloso. Me dicen "Anselmo, no sea así" o "Anselmo, no se enfade"; ¡gilipollas!, que son como tontos.

Me voy al parque, donde no tenga que ver tanta tontería ... aunque tampoco aguanto a los niños gritones y alborotadores ni a las parejitas, aunque a ellas da gusto verlas. Y luego a casa, a discutir otra vez con la hija. ¡Quite de en medio, atontao!, ¡si es que ya no le respetan a uno!

MvM

martes, 20 de mayo de 2008

Julia

Esta mañana Andrea, la administrativa del estudio, me ha dicho con mucho misterio que había leído algo sobre mí en internet, y que no era un artículo profesional. La curiosidad que me ha despertado le ha salvado de una reprimenda por haber estado trasteando en la red en horas de trabajo; aunque mis reprimendas le importan solamente un poco mas que nada: pone cara de compungida, me saca la lengua, se ríe, hace que me ría y ya está, no ha pasado nada

Bien, bien , bien. Era un comentario sobre nosotros, Pedro y yo, que había escrito un tal Mario.

Después del cabreo que pillé me entró otra vez la risa tonta. Mario podía haberse guardado para sí las confidencias que le hizo Raúl. Ya se ha disculpado alegando con una gran cara dura que ¡para la gente que le lee! y que además nadie nos conoce -¡Julia, Julia, contente! que te están provocando- porque Isasi & Ansola, nuestro estudio, no tiene mucho prestigio y que nuestros nombres son de lo mas comunes, lo que traducido al lenguaje de los sobreentendidos cómplices significa que lo siente, que se ha pasado un tanto, que no volverá a ocurrir (por lo menos hasta la próxima vez), que el café que dice que se estaba tomando era su quinto carajillo y que seguimos siendo amigos. De todas formas, la deuda no estará saldada hasta que suba al estudio y deje debidamente estibada en el frigorífico una caja de cervezas de las que él sabe, y sin beberse ni una.

Lo de Raúl es más comprensible. Tiene la cabeza físicamente sobre los hombros pero su mente suele estar en otro sitio, y los gin tonics le dejan "fané y descangallao". Le he preguntado y no recuerda casi nada de la conversación con Mario ni de la subsiguiente resaca.

Esa imagen virginal que hace de mí es la que ha creado en su imaginación para su propio uso en ese momento, porque es cierto que soy atractiva, pero bastante más normal de lo que parece por el retrato que hace de mí. Me ha visto enfadada, a veces furiosa, más de una vez, porque esos edificios fantásticos que construyo en el aire no siempre están bien, no son viables o deberían tener su correspondencia en algo real y no lo tienen. También me ha visto pasarme de cervezas y una vez que usé el alcohol para aliviarme los disgustos por una infidelidad de Pedro que solo estaba en mi imaginación y por un proyecto profesional no aceptado, tuvo que llevarme a casa, limpiar mi vómito, acostarme y aguantar mis gemidos de malestar toda la noche, pues Pedro estaba en París defendiendo ese proyecto, no jugándomela con Aimée (una compañera de facultad), como yo pensaba.

Pedro, ese apolo terrenal, es mi pareja y socio. Como guapo es guapo, pero soso hasta la saciedad y serio hasta aburrir. Bueno, tampoco es tanto como digo, pero desde luego no es la alegría personificada. Es bastante tímido y solo yo sé cuanto le cuesta defender un trabajo ante el cliente, aparentando una confianza en sí mismo que tiene que inventarse. Y Raúl, así como inventó una Julia ideal, también hizo de Pedro un personaje ideal, al que está traicionando ahora mismo con una chica, pues esa mano que le está poniendo en el culo no parece una caricia de amigos. Ya habréis adivinado que escribo desde el bar.

Si necesitan los servicios profesionales de unos buenos arquitectos no duden en llamarnos. Para otros asuntos relacionados con nosotros, mejor hablen con Raúl o con Mario, que nos muestran mas favorecidos de lo que realmente somos.

Julia Isasi

martes, 29 de abril de 2008

Confidencias de bar

Hola. Como puede que más adelante os cuentes mas cosas, empezaré por presentaros al narrador y situaros en el escenario.

Me llamo Mario y soy un tipo normalito. El lugar es la cafetería "La Fragata", uno de esos lugares amplios y confortables donde se puede conversar y comer alguna cosilla. Su dueño se llama Raúl, del que hablaré dentro de un rato, y suele atender él mismo hasta una hora prudencial de la tarde, cuando toman el relevo Marina y Juanjo; también está Ronnie, el cocinero colombiano, que lo mismo prepara una tortilla que arregla una silla o recomienda una película mostrando una dentadura como el teclado de un piano.

Definir a Raúl es sencillo, tiene treinta y algunos años y un juvenil aspecto de estudiante pero es como el Moustache de "Irma la dulce", que fue abogado pero "esa es otra historia", médico "pero esa es otra historia", millonario "pero esa es otra historia", etcétera "pero esa es otra historia". Si no hay jaleo se instala en un taburete en un extremo del mostrador y observa o lee; está tan quieto que no parece haber nadie en la barra. Otras veces charla con algún cliente, por ejemplo conmigo. Se puede confiar en él y en su discreción pues es como un psicólogo de guardia que además, si hace falta, te pone un café.

La otra noche lo encontré en su bar ejerciendo de cliente, sentado en una mesa apartada y mirando fijamente el fondo de un gin tonic. Cogí mi café y me senté a su lado sin decir nada, solo parecía necesitar compañía.

- Ah, hola Mario - me dijo en cuanto me reconoció entre su bruma particular. El ... los gin tonics solo le habían puesto melancólico.

- ¿Estás bien?, anda, cuéntame.

- No, no hay nada que contar, ya ves, tomando una copa, nada.

- ¡Venga!, suéltalo. He confiado en ti muchas veces. Deja que esta vez sea yo quien escuche.

Tomó otro trago, se concentró en el fondo de su bebida y comenzó su confesión.

- ¿Sabes esa pareja que viene a la hora del café?, Julia y Pedro, los arquitectos ...

Claro que sabía de quienes hablaba. Aparecían por la cafetería después de comer y estaban allí, casi siempre en la misma mesa, hasta que iban a su estudio. A veces los acompañaba algún amigo o compañero y cuando tenían algo que celebrar bajaban con todos sus empleados.

- Si, Raúl, sé de quienes hablas, ¿qué pasa con ellos?

- Los conozco desde que, recién licenciados, abrieron el estudio y comenzaron a venir por aquí. He visto como se asentaban y he celebrado con ellos sus éxitos y sus desilusiones (pocas). Puedo decir que somos buenos amigos.

Pedro es un tipo fantástico: guapo, educado, inteligente; acaso sea un poco serio. ¿Te has fijado lo poco que habla?, pero cuando lo hace sus colegas le escuchan como si estuviese dando el sermón de la montaña.

Julia es aún mejor. No pasa desapercibida. Es tan lista como él y es preciosa. Me quedo embobado cuando explica una estructura o un edificio en el aire con las manos, o cuando se recoge el mechón detrás de la oreja. Creo que me lee la mente; detecta si estoy bien o mal y siempre tiene la palabra oportuna.

Son mis amigos, los quiero mucho a los dos, y mi problema es que estoy enamorado y no puedo competir con ella por el amor de Pedro.

mvm

Hemingway's six words

Si en el mundo del español es reconocido el cuento del dinosaurio de Monterroso como el mas corto, en el anglosajón ese puesto lo ocupan las famosas six words de Hemingway, no se sabe si una apuesta o una demostración, que dicen así: for sale: baby shoes, never worn. A mi ese "nunca usados" me insinúa que el niño murió y que los padres tenían bastante necesidad, pero esta prolongación del cuento solo está en mi imaginación.

Buscando en internet qué otros relatos (por llamarlos de alguna forma) podría haber así de cortos, lo que encontré es que hay muchísimas secuelas de las six words: proyectos de recopilación de relatos de ese tipo, intentos particulares, glosas de ese texto, etc. No hay más que hacer una búsqueda en google con el texto del título.

mvm

martes, 22 de abril de 2008

Mostar, marzo de 2008. Tres imágenes

Esta semana de pascua, entre otros lugares, he estado en Mostar, una de las ciudades mas castigadas durante la reciente guerra.

No ha sido una experiencia grata. Pensaba que solo iba a ver la pobreza que queda después de una guerra empotrada en un pequeña ciudad arreglada con esmero para que nosotros, los turistas, nos dejemos un dinerillo.

Mostar Bosnia Herzegovina 19Esta primera fotografía muestra lo que todos esperamos ver, el puente con fortificaciones a los lados que fue hundido por un obús y vuelto a levantar sacando del río todos los restos posibles. Es hermoso. Los pequeños barrios que lo flanquean están llenos de tiendas de recuerdos y de turistas, pero se adivina como pudo ser en la vida diaria, una vida sencilla y provinciana.

Otra imagen: un edificio en el centro de la ciudad. Así están muchas de las construcciones de la ciudad; solo ruinas. Es posible ver un taller en una planta baja, justo bajo una primera planta desdentada que solo conserva parte de las columnas. La plaza de España, una gran rotonda en la parte nueva, no tiene un solo edificio que no sea un esqueleto.

Por último, una de las cosas más angustiosas que nunca haya visto. Durante el sitio de la ciudad nadie salía a enterrar los cadáveres, y están sepultados en los antiguos campos de fútbol y en los parques. Ahora son parte de la vida cotidiana.

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viernes, 28 de marzo de 2008

Cíclopes (II) - correspondencia

Documento 136 del epistolario de Epidauro (1)


De Telemo el vidente a Brontes metalúrgico

Querido tío Brontes, protegido de Zeus:
Cuando recibas esta misiva espero que os encontréis bien la tía y tu. Da un abrazo de mi parte a tus muchachos.
Me preguntabas en tu anterior carta qué sé acerca de Polifemo y el suceso que le ha causado la pérdida de su ojo.
Su ceguera es un infundio de la peor especie. Sucedió que arribaron a su isla unos marinos comandados por un tal Ulises u Odiseo, el mayor y mas ladino mentiroso de la Hélade, y trataron de apoderarse o matar alguna de las cabras del primo. Cuando ellos llegaron las cabras estaban recogidas en una cueva y Polifemo había ido a por agua. A su regreso encontró que algunos de los marinos,borrachos, estaban incordiando a los animales y los espantó a manotazos, como ellos espantan a los bichos. Huyeron metiéndose entre las hendiduras de las rocas, como lagartijas, y Polifemo cuando los vio huir no hizo nada más por ahuyentarlos.
Con el revuelo de las cabras, los hombres y el propio Polifemo, se levantó una gran polvareda que cegó por un rato a nuestro pariente. Cuando Ulises, que se había retrasado, volvió la cabeza para ver si ya estaban bastante lejos, le vio frotarse los ojos y aprovechó para tirarse un farol, pues no solo es mentiroso sino también fanfarrón: llamó a sus hombres con grandes voces y presumió de que aquello era obra suya, que él había quebrado el único ojo del cíclope.
Después pasó lo de siempre, cuando una historia se repite, se va adornando, y lo que en principio eran dos, luego de relatarlo varias veces son doscientos: Ulises engañó a Polifemo hasta emborracharlo -pobre Polifemo, que la bebida mas fuerte que prueba es la ambrosía cuando visita a algún pariente olímpico-, camufló a sus hombres bajo las cabras y le cegó personalmente. ¡Bah!, todo un cúmulo de tonterías.
Contribuyó grandemente a esta falsedad un tal Homero, rapsoda ciego itinerante que en un primer relato sobre el sitio de Troya muestra a Ulises como taimado, artero, mentiroso y traidor, pero que en uno nuevo, llamado Odisea, lo convierte en un noble héroe. No descarto que en ello haya influido la envidia, pues al sentirse disminuido por su ceguera, no puede resistirse a convertir en ciego a alguien muy superior a él, a un cíclope de la raza de los que como tu, tío, fabricaron el rayo de Zeus y el tridente de Poseidón, retratándolo como un ser bestial.
Como ves, la única herida que ha sufrido Polifemo ha sido en su dignidad, pero recibirá otra muy pronto en el mismo sitio si sigue cortejando a Galatea, una ninfa de la que se ha enamorado.
Querido tío, a quien todos nosotros respetamos, te exhorto a que uses tu influencia para hacerle recapacitar y que intente olvidarla, pues no quiero ver desgraciado a nuestro pariente y amigo. Las ninfas son muy hermosas, alegres y simpáticas, y como nosotros, están por encima de los humanos, pero no comparten nuestro tamaño, nuestro aspecto ni nuestras costumbres. Una unión entre ellos sería efímera y aciaga.
Polifemo argumenta que al amor puro nada lo puede detener; yo afirmo que se detendría en el mismo momento en que intentasen su consumación y por eso pido a los dioses que le devuelvan la razón, pues ya se hacen corrillos en los bosques para cotillear sobre este asunto.
Entrego esta misiva a Hermes para que te llegue rauda. Cuídate y que los hados te sean favorables.

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(1) Entre 1928 y 1935 el profesor Frumbacher dirigió en Epidauro, en una ladera al norte del teatro y del Asklepion, unas excavaciones en las que se extremó la discreción para evitar robos arqueológicos como los que habían ocurrido en Egipto. El motivo fue que se había descubierto lo que parecía una gran cantidad de documentos que habían estado sepultados por un derrumbe durante una inundación o un aguacero, opción esta última bastante mas plausible, pues se trata de una ladera cubierta de pinos, sin que haya constancia de balsas o depósito de agua próximos. La Guerra Mundial y la falta de medios hicieron que este descubrimiento haya estado oculto durante mas de medio siglo.

Los documentos se dividían en dos grupos. El más numeroso se trataba de tablillas de cera en las que el escrito se ha conservado, de forma similar a Pompeya, porque el barro de la inundación cubrió los grafos, conservando de esta forma el texto al endurecerse; hasta hace pocos años no se ha dispuesto de métodos que permitiesen el estudio detallado de estos escritos. El grupo mas pequeño se componía de hojas de papiro apiladas en varias colecciones que, al igual que el otro grupo, han tenido que esperar mucho tiempo hasta que aparecieran técnicas que permitieran mejorar la lectura de los trazos desvaídos por el tiempo; por suerte estos papiros debían estar en alguna estantería más alta y no se vieron afectado por el agua, sino que quedaron prensados en tierra. El uso de este material sitúa estos restos en la época helenística.

Una primera lectura sobre el terreno de algunos textos mejor conservados dio a este acervo el nombre erróneo de "epistolario de Epidauro". En 1998, el gobierno griego rescató del olvido este tesoro y encargó su estudio, trabajos de conservación y publicación a varios reconocidos profesionales. La Profesora P. Greens, de la universidad de Lyon nos ha revelado que no se trata solo de cartas, sino que hay contratos comerciales, cartas de manumisión de esclavos, comentarios a las doctrinas aristotélicas clásicas, comentarios de tipo legal, problemas aritméticos y geométricos (algunos con resultados erróneos), bastantes notas al margen y textos literarios, algunos de los cuales se sabe que son copias porque están identificados y otros que supone corresponden a copias de textos que se habían perdido y que están siendo revisados por la Doctora Anna G. Rot, una de las máximas autoridades en poesía griega clásica. El tipo de documentos y la diversidad de caligrafías, algunas muy inseguras, lleva a la Profesora Greens a la conclusión de que lo encontrado son los ejercicios de los alumnos de un Gramatikón: copias de textos variados, comentarios de los clásicos y ejercicios resueltos. Otras partes importantes de la investigación las está desarrollando el Profesor D. Tetrak, catedrático de Ética en Valenciennes, sobre el contenido filosófico de los textos y la reputada Doctora I. Jansen sobre la parte filológica y estilística. Y no podemos olvidar al equipo técnico, sin el cual todo lo anterior no sería posible, dirigido por F. K. Samsa para las técnicas de visualización y por la ingeniera en técnicas de conservación Ingrid Applepear en cuanto al correcto uso y mantenimiento de los materiales.

Agradezco profundamente a todos los citados y a Doña Isis Wings, Coordinadora comisionada por el gobierno griego para la revisión y publicación de los trabajos resultantes de estos estudios, que me haya proporcionado el texto aquí mostrado y el permiso para su publicación.


MvM

lunes, 17 de marzo de 2008

Cíclopes (I) Apuntes para un convenio colectivo

Hartos de los abusos y de la opresión social y económica a que someten los dioses a nuestro colectivo de trabajadores y trabajadoras, desde el Sindicato de Cíclopes llevaremos a la negociación del próximo convenio colectivo las siguientes reivindicaciones:

Seguridad

  • Gafas de protección obligatorias durante la jornada laboral, que deberán ser proporcionadas por la empresa contratante y repuestas periódicamente; cuando el contratante sea el monopolio estatal griego Dioses del Olimpo (en adelante, deberá proveer además a los cíclopes que participen en sus contratas de gafas de sol para proteger su único ojo durante los descansos.
  • Tratamientos inmediato para las contracturas y demás lesiones musculares y óseas propias de nuestra labor, así como los de rehabilitación que fuesen necesarios.
  • Se propone para ello crear la Mutua Ciclópea, a la que se dotará de fondos suficientes procedentes de las arcas del Olimpo, saqueos de poblaciones, botines de guerra, pirateo y ofrendas de los fieles, si las hubiera, en las proporciones y cantidades que se estipulen.

Jornada laboral

  • Reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales de forma generalizada.
  • Para trabajos puntuales podrán hacerse horas extraordinarias siempre que no superen el 10% anual de las horas trabajadas.
  • Los trabajos urgente y los desarrollados en días de festivos se remuneraran por el doble de la tarifa normal, no pudiendo trabajar mas de tres días seguidos y teniendo además un día libre inmediatamente después de completado el trabajo.

Vacaciones

  • Todo trabajador cíclope tendrá derecho a tomar 30 días laborables de vacaciones por año, según el cómputo astronómico, pudiendo ser distribuidos en dos o mas periodos previo acuerdo con los interlocutores laborales olímpicos.
  • No se tendrán en cuenta para los periodos de descanso las necesidades griegas en cuanto a guerras y grandes construcciones o destrucciones.
  • Tampoco tendrán voz en este asunto los poetas ni creadores de mitos.

Permisos

  • Eras olímpicas inhábiles
  • Juegos Olímpicos y Délficos
  • Juegos propios de la ciudad helénica en que desarrolle su actividad cada cíclope.

Sin perjuicio de las anteriores reivindicaciones ni de obtener otras mejoras, este Sindicato se reserva el derecho a plantear jornadas de lucha, huelgas u otras medidas sociales de presión a fin de obtener para nuestros militantes y representados esos derechos tan largamente ansiados.

Cíclopes del mundo ¡a la lucha!

¡por nuestros derechos!

(Al dorso encontrarás un boletín de afiliación)

                                                                Telemo el vidente

jueves, 6 de marzo de 2008

Corto y largo

En conocido que el cuento mas corto en español es "El dinosaurio", de Augusto Monterrosso, que completo dice así: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Por otra parte, el título mas largo que conozco es "Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre", de Gabriel García Marquez. Una vez leido el título casi no hace falta leer el libro, pero si tienes curiosidad, enlaza aquí

http://www.maravillas.es/spanish/librospdf/Relatodeunnaufrago_.pdf

 

MvM

viernes, 22 de febrero de 2008

¿Por qué contar historias?

Porque te gusta y porque me gusta.

Porque la vida sin fabular solo es estar.

Porque te cuento un cuento y tu, con tu expresión, me estas contando otro.

Porque me gusta como suena "cuento" y "contar".

Porque cuando anticipas lo que va a ocurrir tengo que inventar algo sobre la marcha para sorprenderte.

Porque invento otra realidad y porque en ocasiones te introduces en ella.

Porque así puedo hacer que suceda lo que nunca pasó.

Porque la cabeza y la boca se me llenan de fantasía.

Porque así sabras contar historias a otros, y ellos a otros, y así hasta que esa cadena invisible nos una a muchos.

Porque los relatos mueren cuando terminan y resucitan cada vez que se vuelven a contar.

Porque cada vez es igual y es distinto.

Porque "érase una vez".

Porque si y ¿por qué no?

MvM

jueves, 21 de febrero de 2008

Liberada

Aurelio, ¿qué te ha parecido la película? No me lo digas, no has entendido nada. A pesar de que eres mucho mas considerado que antes, no creo que seas capaz de entender una historia de amor. Ahora estás mejor, y no es que antes fueses un patán ni que no tuvieses sentimientos, solo que yo no te importaba un bledo, que todo el mundo te importaba un bledo.

Ya sé que no me escuchas y que esa tranquilidad en tu rostro se debe al cacharrazo que te he dado con la plancha, no me engaño, pero no me voy a quitar el gusto de decirte lo que pienso por una vez, antes de que poner un poco de orden en la casa y entregarme a la policía.

Cierto que tus necesidades eran muy escasa y fáciles de atender, porque todas eran tópicos: el partido de futibol, donde te identificabas como miembro activo de la tribu, tu coche, que te hacía sentir poderoso y te transformaba cuando lo conducías, esa mirada brillante, esa sensación de poder ... solo te faltaba la garrota, ¿para que querías ciento ochenta caballos en un auto familiar? y tu cervecita, fresca y agradable; esa aficción la hubiera compartido contigo si no fuese por los eructos con que me obsequiabas después.

Y tus gustos personales. Lo siento, ya no tengo veinte años ni los pechos duros, pero me hubiera gustado una caricia de vez en cuando, siquiera una sonrisa como la que ahora tienes, o ni siquiera eso, solo que no me habalses siempre en imperativo, y que por lo menos hubieses intentado disimular cuando te pillaba viendo porno. Esa actitud la ha heredado el niño, que ya veré como consigo cambiarla sin hacerle lo mismo que a tí.

Si hubiese sabido antes que por un rato ibas a ser así, hace tiempo que te hubiese partido la crisma. ¡Lástima de sangre en el sofá!

jueves, 14 de febrero de 2008

La Bruja

Permanecía atada codo contra todo, mirando desafiante a la multitud que se había juntado para lapidarla y esperaba ansiosa la señal que anunciase que podían comenzar.

Sonaron las trompetas y la chusma inició la pedrea. Ella, clamando con su voluntad a las fuerzas del mundo, como tantas otras veces, hizo que las piedras desviasen su curso sin tocarla. Cuando el gentío percibió que aquella invulnerabilidad no era por mala puntería retrocedió asustada con gran tumulto, atropellándose unos a otros.

La bruja arreció entonces en sus invocaciones, haciendo que se abriesen los cielos con grandes luminarias; rayos y chispas caían sobre la ciudad destrozando torres y campanarios. El suelo se resquebrajó, tragándose muros, animales y personas. Grandes vientos arrastraban en remolinos a todo el que no había conseguido guarecerse, arrancaba postigos y levantaba tejados.

Los soldados desistieron de contener a la gente y ellos mismos se unieron a la desbandada, mezclando en la confusión sus caballos y armas. Plebeyos, burgueses, soldados, nobles y clero huian aterrados sin saber hacia donde.

La bruja, arrogante en su dominio de las grandes fuerzas, reía bárbaramente mientras manejaba caprichosamente su poder. Hizo que una chispa eléctrica quemase sus ligaduras y que el suelo la alzara sobre la multitud. En su soberbia se creyó intocable y mas poderosa que los mas grandes poderes terrenales, y es posible que lo fuese, pero la naturaleza, que es muy fuerte, tiene muy poco tino y engulló en una de las grietas a la bruja que, mientras caía aterrada en aquella fosa, no acertaba a invocar a genios ni demonios. El último vestigio visible fueron sus manos aferrándose al borde de la hendidura, intentando salir de ella, justo antes de que un rayo las achicharrase dejando en el suelo solo el surco de sus dedos carbonizados.

MvM

viernes, 8 de febrero de 2008

Una mancha

Una mancha en la pared. No, es una polilla posada, minúscula punta de flecha parda. Las mariposas nocturnas no son mariposas, no liban de flor en flor, no exhiben orgullosas sus alas hacía arriba. Su discreción las hace camuflarse aplastándose contra las superficies y no lucen colores vivos pero su dibujo es igual de delicado.

Para su desgracia la pared es de color amarillo limón, que la hace destacar como una mancha ¡plaf! Pobre polilla.


MvM

jueves, 7 de febrero de 2008

Mi vida como personaje

Me llamo Romualdo González, tengo 26 años y trabajo como administrativo en una compañía de repuestos para automóviles.

Un día, harto de facturas y albaranes, decidí que debía ser otro. Comenzé por inventarme un personaje para la noche: Ramón Gonzalo, para servirles. Cambié un poco el peinado y me puse ropa de moda; no lo hice muy ostensible porque durante el día seguía en la oficina del almacén, cuadrando cuentas y haciendo inventarios.

Vivir solo favorecía mi plan. Para mis padres, en el pueblo, seguía siendo Romualdín, su hijo serio y formal, el que volvía a casa desde la capital en vacaciones.

Mi personaje fué afinándose con el tiempo. Al cabo de un mes ya usaba el vocabulario adecuado, pedía gin tonicscon un leve movimiento de la mano, me desenvolvía en los lugares de moda como si me hubiese criado en ellos y sonreía a las chicas como si les perdonase la vida. Aquello funcionaba, me daba una confianza que nunca había tenido, me sentía muy bién; ser Ramón era mucho mejor que ser Romualdo.

Se me rifaban chicas que antes no es que no me saludasen, es que no me veían, era el cliente favorito de los mejores locales y me invitaba gente que parecía vivir del aire, pues no se les conocía mas oficio que la noche. En un par de ocasiones coincidí con clientes del amacén que a saber qué hacían allí, tan fuera de su ambiente, y no me reconocieron; era asombrosos la invisibilidad diurna de Romualdo y el brillo nocturno de Ramón.

Más tarde, con Ramon plenamente establecido y configurado, noté el bajón que se había producido en mi economía; pensé que era un error del banco, pro no, todos los gastos eran reales, la buena ropa, las copas sofisticadas, las cenas en restaurantes buenos eran cosas caras. Romualdo comenzó a hacer horas extras y a llevar los asuntos administrativos de alunos clientes, pero no era suficiente para las necesidades de Ramón.

Mi perdición se precipitó cuando Mercedes, una belleza rubia de ojos verdes y sonrisa embrujadora se fijó en mí. Me fuí distanciando de Sara, una administrativa de una compañía de seguros cercana al almacén con la que tonteaba e iba al cine a veces, una chica agradable y bonita, pero que quedaba en la sombra al compararla con aquel radiante sol nocturno que era Mercedes. Descubrí que las diosas no viven en el nivel de gastos de los humanos, que no van al cine sino a espectáculos caros, que no toman café o cerveza sino champán francés, que no compran en Zara o el Corte Inglés sino en Chanel o Dior.

Un tiempo pude justificar no tener un automovil ad hoc diciendo que me habían retirado el carnet por exceso de velocidad y el que no fuésemos a mi casa porque vivía con mis padres, que eran muy tradicionales. Diciendo que era economista no mentía, pero sí cuando contaba que vivía de mis inversiones. Al final tuve que mudarme a un pequeño apartamento en una zona bohemia, con cuyo exotismo pude camuflar un poco lo exíguo del lugar; a pesar de ello tuve que amueblar con estilo, es decir, caro. Vendí mi utilitario, con el que no osaba salir de noche y adquirí un coche bastante mas ostentoso y con algunas aspiraciones deportivas y menos mal que el sensato de Romualdo seguía ahí adentro y me disuadió de no comprar un deportivo descapotable mucho mas caro.

Mi insensatez me llevó a pedir a mis familiares que me confiaran sus ahorros para invertir en negocios muy productivos; la confianza que he hinchaba como un sapo me hacía creer que era capaz de hacerlo, obtener buenos rendimientos para ellos, pagar mis deudas y que me sobrase para financiar mis gastos colocándolo en asuntos propios. El único asunto que veía en el horizonte era el que me propuso uno de mis conocidos nocturnos. Un negocio redondo: aportar capital a una sociedad creada a su vez por otros amigos, todos de total confianza y muy bien situados, uno de los cuales conseguiría suelo barato, otro los permisos de construcción, otro de ellos proporcionaría los materiales a un precio realmente excepcional y a crédito y otro, conocedor de la gente adecuada y a quien todo el mundo debía favores, conseguiría todas las subvenciones necesarias, por lo que mi capital me sería devuelto multiplicado y de paso habría entrado por la puerta grande de las finanzas.

Un par de meses Mercedes fué casi mia, solo casi porque nunca se comprometió a nada, era como pisar las olas que llegan a la orilla y no conseguir retener nada del agua entre los dedos. Igual de escurridiza resultó la sociedad a la que confié todos los ahorros de la familia.

¡Para qué detallar más! Ramón se esfumó y Romualdo sigue trabajando en el almacén solo porque al patrón le doy pena y no puedo permitirme ser orgulloso, pero aquellos a quienes llevaba la contabilidad ya no confian en mí y me han retirado el trabajo. Mis padres están muy afectados y han llorado mucho, aunque me han perdonado haber perdido sus ahorros de toda una vida, no así mis hermanos, cuñados y amigos, que no me han demandado porque consideran que desde la carcel no se produce y prefieren que siga trabajando hasta pagarles las deudas. Ahora vivo realquilado en un pequeño cubículo sin el menor lujo porque no me puedo permitir otra cosa y el fabuloso auto nuevo fué embargado por falta de pago.

El único respiro que me queda es Sara. Paseamos y pasamos mucho tiempo en el parque, cuando no me invita al cine o a una cerveza. Su bendita educación católica tradicional no le permite abandonarme durante la desgracia, pero cuando haya cumplido mi tiempo en este purgatorio que es ahora mi existencia, ciertamente me dejará. Hasta entonces es mi único apoyo y me aferro egoistamente a ella, a lo único bueno que me queda.

Sic transit gloria mundi

MvM