martes, 19 de agosto de 2008

Me siento, escucho, ¿si?

Se llama Obute, o eso creemos, porque es como nos suena. Creemos que es tanzano, aunque tampoco eso es seguro.

Es mas alto que cualquiera de nosotros, esbelto como una gacela y negro brillante como una pantera.

Hace un par de años, una noche entró en el bar, pidió un refresco, se sentó en el extremo de la barra, nos radiografió con la mirada y nos sedujo con su dentadura blanca y perfecta. Traía una bolsa de donde esperábamos ver salir un surtido de películas y música pirateadas, puñados de bisutería o copias de bolsos de marca; nada de eso, la bolsa siguió cerrada.

Comenzó a venir otras tardes, hasta ser una presencia habitual. Un día se acercó a la mesa donde estábamos, señaló una silla vacía y dijo:

― Me siento, escucho, ¿si?

Durante unos minutos la situación fue un poco incómoda, solo un rato, hasta que nos percatamos de que lo único que quería era escuchar: prácticas de idioma gratuitas. Nos había visto a través del cristal, hablando y riendo, y pensó que le apetecía ser parte del grupo.

Acabamos sabiendo que había conseguido entrar al país hacía un año como turista, pagando con los ahorros de toda su familia, que no le gustaba vender nada, que trabajaba en la construcción y que estaba aprendiendo todo lo que podía: conductor de maquinaria, gruista, ayudante de encofrador, lo que le echasen; por la tarde acudía a clases de español. La asistencia social le había procurado un permiso de residencia que consideraba su mayor posesión.

Estaba soltero y enviaba a su familia dinero para cubrir la deuda que tenía con ellos, pero también para procurar una mejor situación a sus hermanos pequeños. No pensaba volver a su país, pero quería que los suyos no necesitasen salir de él. Se reunía con otros compatriotas, pero necesitaba hacer una vida propia fuera de un entorno tan reducido. Vivía en un piso compartido con otros tres y cuidaba mucho ser disciplinado y limpio; con muchos gestos y esfuerzo nos decía que dejarse era fácil y que las personas descuidadas en sus costumbres acababan siendo también descuidadas en su moral.

En unos días era uno mas. Le veíamos esforzarse por entender las conversaciones e, inconscientemente, usábamos para él un lenguaje mas sencillo, pronunciábamos mas claro y hablábamos mas despacio; él recompensaba la deferencia con una de sus inmensas sonrisas. Su gran aliado era Ronnie, el cocinero colombiano, que hacía valer la solidaridad entre "migras" para invitarle a un refresco o un bocadillo de vez en cuando, guardarle la ropa (ese era el contenido de la bolsa) mientras iba a clase o, asombroso, hacer que Obute nos contase historias, pues había descubierto que, a pesar de no dominar el idioma, era un buen cuentista, con muchos recursos y que sabía como mantener la atención de su público.

Hoy hemos brindado por él, pues mañana hace las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Dice que no sabe si las pasará o no, pero que para él es ese el camino; que es posible que trabaje toda su vida en la construcción, pero que el mundo es grande y lleno de cosas que aprender. Ronnie está orgulloso de su amigo de "migra". Al levantar su copa dijo algo que todos recordábamos:

― Me siento, escucho, ¿si?

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Nota: no se llaman Obute ni Ronnie, ni yo soy de esa cuadrilla, pero la historia es real.

MvM

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